Bien sabemos que el promedio de vida va en aumento. Si allá por el año 1990 era la media de edad de 33,9 para los hombres y 35,7 para las mujeres. Ya en 2000 era de 76,4 para los hombres y 82,5 para las mujeres. Y la progresión no ha dejado de ascender. Estoy en la cumbre alta de los sexagenarios. Algunas veces pienso que me encuentro en terreno de nadie, ya que dejé de ser joven, tampoco me considero viejo y ya nos hemos inventado la etapa de los mayores. Esto que está sucediendo con los sexagenarios, quien sabe si más pronto que tarde pueda decirse de los octogenarios. Dicen las estadísticas que para el año 2050 se espera que los mayores superemos en número a los jóvenes, nada extraño por otra parte, con las consiguientes repercusiones que ello puede suponer en todas las órdenes de la vida, fundamentalmente en el ámbito económico y laboral. El catedrático de psiquiatría Enrique Rojas afirmó: “Tener ilusión es estar vivo. No tenerla arruga el alma, igual que el tiempo arruga la piel”. La ilusión de vivir es muy importante. Es saber mirar con ojos jóvenes la realidad y tener la fuerza suficiente de transformarla. La ilusión no es una quimera, sino unas ganas de vivir a pesar de las dificultades. La ilusión es aplicar la voluntad a la vida para que se convierta en el ámbito propicio de nuestra realización personal. La ilusión de vivir es algo muy importante. Yo diría que es la clave de todo. Sin ilusión, el horizonte de la existencia se nos cierra y la luz de la esperanza se nos apaga.