La memoria tiene dos vertientes, por lo menos. Una la que nuestros mayores pierden de lo más inmediato con los años. Ya no saben que para freír un huevo hay que poner aceite en la sartén y encender el fuego. Tampoco saben cómo te llamas y si eres su hijo o hija. Trampas crueles de la memoria. Otra vertiente es el recuerdo. El recuerdo que dejamos cada uno en los demás. La vida de cada uno es un punto de cruz. Vamos tejiendo segundo a segundo nuestro paño. Pintar un cuadro es pincelada a pincelada; esculpir algo es golpe a golpe; escribir algo es sílaba a sílaba, letra a letra, tecla a tecla. Educar, amar, abrazar, pescar, cantar, mirar, pensar. Todo es un continuo de segundos que queda en la memoria de quienes nos conocen. Ahora con los vídeos es más fácil almacenar para el futuro, no tanto para nosotros, porque hacemos tantos que no tenemos tiempo de rebobinar. Lo harán cuando no estemos de cuerpo presente. De la memoria de los muertos por la guerras no hablamos, porque podríamos y debiéramos escribir un libro de cada uno de de los fusilados y sus extremos de desdicha, porque cada uno tiene una historia viva que contar, por mucho que se empeñen los que dicen que no hay que revolver en el pasado. La memoria es lo contrario a la nitidez perversa de la nostalgia. Los egipcios embalsamaban las mascotas.