Cada mañana, muy temprano, cuando saco a la perrica a hacer sus necesidades a la plaza, tengo un buen aviso a navegantes, doloroso, en los porches: una o dos personas durmiendo sobre una manta en el suelo duro y frío. A veces con botella de vino sin terminar, a veces solas con el frío de la noche. Esta mañana había solo uno, que por las zapatillas creo que era hombre. Las máquinas de la limpieza braman cerca con sus motores y pronto les obligarán a levantarse. Más tarde se juntarán en un banco de la plaza para fumar y discutir sobre la vida de cada uno y reírse, no sé de qué, pero se ríen, tal vez de la vida o del insoportable saber de que todavía están vivos. Se me rompe el corazón y constato la impotencia ante situaciones de la vida, que te hacen renegar de la sociedad en la que vivimos, tan rica y tan maravillosa que deja que a personas tan jóvenes se les rompa la vida tan pronto. Estas escenas les pondría yo ante el portal cada mañana a los que manejan los poderes y el dinero grueso del mundo mirando solo por sus intereses y de los suyos: los ricos y muy ricos; que además, cuanto más ricos son menos impuestos pagan. Vergüenza humana. Hasta el Fondo Monetario Internacional (que ya es decir) ha empezado a reflexionar sobre este escándalo con motivo de la pandemia. Hay aprovechar el tirón y poner un pobre y un enfermo en la puerta de cada ricachón y que pague lo que debe a la sociedad.