Se ha convertido en el símbolo de la progresía capitalista, el capitalismo puro y duro. Y no es más que un artilugio mecánico que eleva pesos en altura para lo que necesita contrapesos proporcionales. Qué no hubiera hecho en la bella Frorencia, Brunelleschi; y en la Roma Eterna, Miguel Ángel, si hubieran dispuesto de la grúas actuales. Aunque no creo que pudieran mejorar la belleza del Campanile de Giotto. También tiene un apelativo muy peyorativo cuando nos referimos a la grúa pertinaz de los coches. No creo que haya otro artilugio que reciba más improperios e insultos. Para mí las grúas son el pájaro azul que vigila todos los rincones del lugar. Cuando hay que rehabilitar, ahí está; cuando hay que construir, ahí está. Lo malo es que conlleva una serie de trabajos que chirrían y ponen los pelos y los nervios de punta como son los chorros a presión y el corte de piedras, hierros y lijados. Un dolor grande. Sin olvidar que donde pisa la grúa tampoco crece la hierba más. Ni los árboles. Porque el cemento mata, por más que haga casas, nidos para vivir, aunque sea en alquiler demasiado caro.