El escritor y filósofo suizo Henri Frédéric Amiel (1821-1881) decía: “Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y una de las más difíciles del gran arte de vivir”. No es tarea fácil saber envejecer. A mi modo de ver, saber envejecer es la parte más ardua del arte de vivir. Cuando uno es joven o se encuentra en la plenitud de la edad adulta, es relativamente fácil vivir, porque los proyectos abundan y el horizonte es amplio y sugerente; pero cuando uno se adentra en el ocaso de su existencia es mucho más difícil y corre el peligro de amargarse y no encontrar sentido alguno al atardecer de sus días, porque pierde facultades y la salud a veces ya no le acompaña. La sociedad no valora como se merecen a las personas de la tercera/cuarta edad. Estas debidamente cuidadas, respetadas y tenidas en cuenta podrían serle muy útiles. La madurez de las personas mayores combinada con las nuevas ideas de los jóvenes puede dar un excelente resultado. Conviene tenerlo muy en cuenta. Las asociaciones locales de jubilados y jubiladas, después de este túnel de la pandemia, necesitan más visibilidad: sintiéndonos más corresponsables; aportando nuestras iniciativas; sintiéndonos más útiles; practicando nuestros hobbies, sobre todo aquellos que no cultivamos cuando éramos jóvenes por falta de tiempo o medios económicos y ayudando a los demás. Son pequeños hitos que queremos reiniciar en nuestros centros cerrados o a medio gas.