La juventud es el escándalo de la frescura física. Su inconsciencia y falta de conocimiento de su propio ser y lozanía es su principal virtud. Le sobra energía y belleza. Más tarde la frescura trueca en ternura. Y es cuando llega la maternidad; y se posa en su cumbre con la senectud. Los abuelos son la cara bella de la ternura. En tiempos, la gente moría mucho más joven y muchos no llegaban a la vejez, por lo que muchos nietos no disfrutaban de sus abuelos. Ahora, afortunadamente, es muy distinto. Si algo tiene la pandemia de cruel, además de la muerte, es la falta de abrazos y caricias de los abuelos y el dulce beso de la abuela. A la mayoría de los jóvenes ni les pasa por la cabeza el sentir no tener padres, madres o abuelos o abuelas. Para ellos es parte de su vida, como los amigos. Y no siempre ha sido así. Y puede que no sea si la vacuna no llega a tiempo a nuestras vidas. La primavera vendrá y la frescura de la juventud de las estaciones, del tiempo. Esperemos que una helada a destiempo o una pedregada inoportuna no dañe los brotes tiernos que nos hacen disfrutar de su frescura y besar la hierva en los campos bajo la mirada tierna de los de la casa nuestra. Beltz guztiak ez dira ikatz. Todo lo negro no es carbón.