No sé muy bien qué va a pasar con este escrito. Si lo llegará a leer alguien más. Ni si quiera si lo llegaré a terminar. Esta historia empieza hace diez años. Aleatoriamente, un personaje se hace hueco en nuestras vidas. Enormes ojos oscuros, pelo recién rapado, mirada tímida y asustadiza. Vestimenta sucia, olor característico, pantalones muy justos, sin calzoncillos y con zapatillas tres tallas mayores (del vecino).

A pesar de ser totalmente desconocidos para él, acepta una ducha caliente en nuestra casa. Se le aprecian todas las costillas, planta del pie con miles de marcas, uñas, dentadura descuidadas. Intenta ofrecernos la mejor de sus sonrisas. No sabemos nada de él. Tan solo que va a cumplir 8 años, que se llama Hassana y que viene del Sáhara. Enseguida se echa a llorar y pregunta cuántos días le quedan para volver a su casa con su familia.

Así empezó el verano de 2010. Sin yo saberlo, mi vida cogió rumbo. Tenía 26 años. Iba a acoger con mi pareja un niño durante dos meses, sin ningún compromiso a futuro.

A día de hoy, estoy delante del ordenador, con la incertidumbre de qué será de mi hijo. El 13 noviembre de 2020, tras un ataque por parte de Marruecos, el Frente Polisario de la República Saharaui declaró por finalizado el alto al fuego. Tras 40 años de paciencia, injusticias, olvido internacional, un estar sin otro fin. “Estamos en guerra”, declaran numerosos saharauis. He podido conocer en primera persona la vida en el Sáhara. Esa inmensa cárcel al aire libre donde se respira aire de desierto, se disfruta del cielo más bonito jamás soñado lleno de estrellas y las injusticias se palpan en cada paso. He conocido a mi familia saharaui y muchas más. He podido ayudar a curar a algunas personas y en la muerte a otras.

Este verano Hassana ha cumplido 18 años. Gracias a su esfuerzo constante, iba a comenzar su sueño: la universidad. Pero la guerra le ha estallado en sus manos. “Claro que nadie quiere morir Olga, ellos tampoco… pero tengo que ir”. Esas fueron sus últimas palabras el 14 de noviembre. No tengo derecho moral para contradecirle. Es más, muy a mi pesar, entre lágrimas solo puedo animarle y desearle suerte (o justicia, más bien). No hemos podido hablar de nuevo con él, y hoy sabemos que ya está en la escuela militar a la espera. ¿Qué será de él?

Esta es nuestra historia. Como esta hay muchas más. Y las seguirá habiendo mientras el ser humano no cambie y no haga cambiar a la sociedad. Al final, volvemos a las armas.