Reconozco que el fenómeno del confinamiento por la alerta mundial por el coronavirus nos está tocando fuertemente. Creo que las estampas que hemos visto en algunos pueblos de Euskadi con botellones, juergas y “pasadas de rosca” son una bofetada a la esperanza y a todos los esfuerzos médicos. Con ejemplos negativos de estos últimos días no hay futuro, no se abren horizontes nuevos y amplios, sino que solamente se camina en la inercia y en la irresponsabilidad. Si de verdad queremos “ser más con los otros” (solidaridad) y “ser más para los otros” (fraternidad), y no quedar asfixiados en el círculo materialista del simple “tener”, se hace necesaria una “ética mínima” promovida por todas aquellas personas de buena voluntad que quieren construir una sociedad más justa y humana. Sin esta “ética mínima”, la sociedad se nos vuelve inhumana a pasos agigantados. Los valores de la justicia, de la veracidad, de la honradez, del sacrificio y del esfuerzo deben ser valores apreciados por muchos, de lo contrario, el aire moral que respiramos se vuelve insoportable. Sin valores éticos, el sentido de la vida se desmorona y uno ya no sabe para qué vivir.