Horas, horas y más horas. Horas acumuladas haciendo nada. Suena el despertador, cojo el móvil y a ver qué me he perdido desde la noche anterior. Veo los desayunos del resto y, ¡qué hambre me está entrando! Pero a mí no me da tiempo a desayunar. “Ojalá tener más dinero para imitar los outfits que estoy viendo”. Mientras, yo cojo lo primero que me encuentro en el armario porque llego tarde. Ahora tengo tiempo libre. “Vamos al monte”. No, que no hay cobertura. “Vamos a la playa”. No, que no tengo batería. Me dispongo a comer en un bar: “Espera, que saco una foto”. Foto hecha, comida fría. Tras un día de verano, un atardecer: “Voy a grabar un vídeo”. Vídeo subido, sol escondido. Treinta grados y mucho sol. Me llaman al timbre: “¿Bajas a dar una vuelta?”. No, mejor me quedo en casa viendo tras la pantalla cómo está viviendo el resto de mis seguidores el día. Se hace de noche y no he hecho nada. Quizás, si eso, mañana. O quizás nunca.