Un cantante, con millones de seguidores por todo el mundo, llega a la ciudad donde va a dar el concierto. Se prepara, ajusta el micrófono, los bajos, la batería y la guitarra. Mira hacia delante y no hay nadie, nada más que gradas vacías y focos apuntándole. Ahora, un ejército de televisiones invade las tribunas, el público virtual es el nuevo hincha de moda y los estadios con capacidad para 50.000 personas son los nuevos cementerios. El espectáculo, aquí, ha perdido lo más importante: el fan, el seguidor que llena el estadio. Es el propio seguidor quien convierte un mero concierto en espectáculo, un partido de fútbol en espectáculo o una obra de teatro en espectáculo. ¿Pierde valor todo esto sin los fans? Quizás no, los actores, deportistas y artistas siguen teniendo el mismo talento, la misma habilidad para desempeñar su trabajo, pero, ¿se le puede seguir llamando espectáculo a todo esto?