El pasado domingo estaba marcado en rojo en el calendario de los amantes al automovilismo de todas las zonas del norte. Se disputaba la XLII Subida a Jaizkibel, siendo una de las más bonitas del campeonato de montaña del país. Tras disfrutar con la velocidad y los diferentes tipos de coches que pasaban por el increíble tramo pegado al Cantábrico, la incógnita volvía a ser, una vez más, lo que sucediera tras la carrera. Y es que algunos aficionados, hasta ahora, subestimaban la labor de los de limpieza, quienes durante varias horas después, unas siete u ocho personas tienen que dejar el monte impecable e impoluto, como si no lo hubieran abarrotado miles de personas durante dos o tres días. Años atrás, que si botellas de cristal, que si cubiertos plásticos, que si paquetes de comida, todo desperdigado en la hierba, como si de un acto en contra de la naturaleza se tratase. Se veían incluso hasta sartenes, alfombras y sombrillas. Podías encontrarte de todo. Este año fue diferente, más allá de algunas toallitas húmedas arrojadas entre los distintos rincones del bosque, parece ser que el confinamiento tuvo su lado positivo también y a muchos les dio, entre otras cosas, por pensar. Pensar que la supervivencia del bosque y el seguir haciendo el Rally cada año también depende de ellos. Si el año pasado necesitábamos seis horas, éste con tres bastaba. Porque con el simple hecho de amontonar los residuos en grandes bolsas ya facilitan la labor a los de limpieza. Y ahora, parece que sí, volvemos a reencontrarnos con acciones favorables a nuestro medio ambiente.