No deja de asombrarme y llenarme la noche vacía y silenciosa, con sombras sólo estáticas; la ausencia. El aire limpio por el desuso y el ozono de la tormenta, el viento sur juguetón y curioso. Las terrazas vacías, las persianas bajadas, los comercios que ahogan sueños en cuarentena. Ni niños, ni juguetes, ni carreras, ni gritos. Abundan los gorriones, cada vez más intrépidos. Hemos interiorizado lo que es metro y medio y que el bar está hoy en cada casa. Sentimos que tocar a alguien nos puede dar calambre. Pensamos en la ruleta que determinará quién no sale de ésta, en la vacuna imposible, el rebrote. La cantidad ingente de información que nos llega cada segundo, poniendo decimales a datos que no logran esconder la ignorancia, el desconocimiento del enemigo. Somos mujeres y hombres de pena en pecho. No sé si volverán las oscuras golondrinas, pero mira tú, el pan sigue saliendo caliente y tierno. La cola del súper no es para tanto. Se respira mejor y nos sentimos más solidarios y cercanos aún guardando el dichoso metro y medio. Los atascos, las aglomeraciones, los atracos... son solo malos recuerdos. Somos más creativos y estamos aprendiendo a valorar cosas en las que antes nunca nos habríamos fijado. Y a pasarlo mal, que es la mejor manera de prepararse por si a las golondrinas les da por no volver.