ras casi dos meses del comienzo de la pandemia del COVID-19, poco a poco los ciudadanos comenzamos a ver la luz. Una luz con partes aún oscuras porque el miedo a los repuntes y a las siguientes olas nos persigue. A pesar de que la mayoría de los ciudadanos comenzamos a vivir la nueva normalidad, hay un porcentaje aún que no: las personas con discapacidad que residen en centros públicos o privados de nuestro entornoLas personas con diversidad funcional que viven en residencias han sido apartadas de la sociedad, poniéndoles al mismo nivel que las personas mayores, a pesar de las grandes diferencias existentes entre ambos colectivos.A simple vista, el lector pensará que ambos son el grupo de grandes vulnerables de la sociedad. Sin embargo, esto no es verdad. Las personas con discapacidad son personas jóvenes con diferentes necesidades y en su gran mayoría no más vulnerables al COVID-19 que cualquiera de nosotros. Sin embargo, son los grandes olvidados, los invisibles para el lector y para las instituciones. Ellos aún no saben cuándo van a poder ver a sus amigos, a su entorno social, ni siquiera cuándo van a poder tomarse un café ya que en los planes publicados los dirigentes ni si quiera les nombra. Nadie se acuerda de ellos, la sociedad está enfadada por el horario para poder salir a correr o buscando una excusa para salir fuera del turno. Apelo al ciudadano, y a quien corresponda, a que se acuerde de estas personas, las cuales son invisibilizadas por la sociedad. Invisibilizadas en todos los aspectos de la vida por tener una discapacidad, por vivir en una residencia y, además, ahora, invisibilizadas porque ni aparecen en la normativa de una pandemia que nos ha sobrepasado a todos.