"¡Más violines, más violines!", decía Rafa cuando preparábamos 1971 y le enseñaba los arreglos de cuerda que había escrito. Habíamos hablado de hacer un disco con una banda de pop añadiendo algunos arreglos para cuarteto de cuerda, algo más bien tenue, pero las canciones que me había pasado grabadas a voz y guitarra española le pedían un traje con mucho más vuelo, que nos llevaba a las grandes orquestaciones de Jacques Brel o Mocedades. Durante el proceso de preproducción no fuimos conscientes de ello, sólo cuando terminamos la maqueta y nos íbamos a Madrid a grabarlo nos dimos cuenta. "Pero, ¿qué es esto?", decía, y nos echábamos a reír. Rafa era una creador único y no tenía ningún reparo en salirse de los patrones establecidos, de lo que se supone que tiene que hacer un músico de rock. Es más, le excitaba. No citaba a otros músicos -si acaso a la Velvet-, al contrario de tantos y tantos músicos empeñados en contarnos sus influencias como si ello fuera un lábel de autenticidad. El rock era su lengua materna, pero hablaba otras como la canción lírica española y francesa. Hasta cantó una zarzuela de Sorozábal que tuve el placer de adaptar. Era el único compositor de canciones que he conocido que escribía primero la letra y luego la música. Primero "qué quiero decir" y luego "cómo lo digo". Por eso sus canciones tienen una direccionalidad de la que carecen tantas y tantas que se oyen por ahí. Se alaban siempre sus letras -extraordinarias, Rafa era un lector empedernido con una cultura literaria vastísima-, pero no lo son menos sus melodías y su voz. Siempre que me han preguntado por él las he reivindicado. Letra, música, voz, y su conjunción milagrosa. No encuentro a un autor como él. Un fuera de serie. 1971 o Harresilanda, Diarios o Paradoja; letras, música y voz extraordinarias. Canciones con mayúsculas.Ha sido apasionante compartir contigo música y todo lo demás, Rafa. Hasta siempre, querido amigo.