Aunque a lo largo de estos días estamos viendo situaciones difíciles, me congratulo de todos estos gestos de solidaridad que ha habido no solo en el cuerpo socio-sanitario sino en la responsabilidad general de nuestra gente, aunque haya habido excepciones que rayan la inhumanidad. La tragedia del coronavirus ha suscitado no pocas preguntas religiosas y hasta ha tambaleado nuestra fe personal. Sin lugar a dudas recuerdo los casos de Auschwitz, Hiroshima, el maremoto en Haití… Todo esto me ha impulsado a ir creyendo más en la humanidad y en Dios. Creo que la referencia al Dios de Jesús ha de ser un acicate de justicia y de solidaridad para los que nos llamamos cristianos. Ha sido esperanzador que mucha gente creyente o no o no lo dice explícitamente, se ha mojado en el compromiso solidario de hacer una sociedad más justa. Pido a los gobiernos central y vasco que dispongan más recursos sociales, aunque las reservas del país se hagan más chiquitas y más endeudadas. Reconozco que ante este acontecimiento trágico del COVID-19 algunos piensen en el mutismo de Dios. Siempre me ha impresionado este enorme silencio de Dios ante la tragedia humana. ¿Por qué no habla Dios ante esto? ¿Por qué ni siquiera habló en la muerte de su Hijo? ¡Misterio, inmenso misterio solemos decir! Un tremendo silencio del que solo en el silencio podemos barruntar su profundo significado. Tenemos la Semana Santa a la vuelta de la esquina. Espero que llegue la Pascua de la vida.