El hermetismo chino y la gravedad de la enfermedad no contradicen el histerismo, la xenofobia y el oscurantismo con que ahora recelamos de los chinos. El coronavirus es un problema real de origen chino, pero su repercusión histérica en el oasis del chalé adosado se antoja demostrativa de las sociedades inmaduras y psicóticas que representamos los occidentales. De hecho, la gravedad del coronavirus aquí no radica en la enfermedad sino en la percepción de la enfermedad, motivo por el cual los gobiernos no combaten la epidemia, sino que promueven medidas escénicas para resarcirse de la angustia social. El médico que se atrevió a alertar sobre este letal virus, y que falleció infectado por él, fue reprendido por las autoridades policiales que le acusaron de difamación. La coincidencia entre el brexit y la epidemia del coronavirus se antoja un escarmiento sarcástico que malogra el abatimiento de fronteras. El virus chino se extiende por el planeta Tierra al mismo tiempo que el Reino Unido se recrea en la ruptura con Europa y se vanagloria del aislamiento.