Acabamos de despedir el año. Hemos entrado en el nuevo. Todo esto parece que es convencional, hasta hemos sacralizado la fecha del estreno del año. Parece que en tiempos de los romanos, el primero de marzo era el comienzo del año. Pronto nos hablarán del año chino. Pero el discurrir del año seguirá su ruta y lo más probable es que tenga su rutinario trayecto. Aun y todo, no quiero quedarme en ello. Es necesario mirar al futuro con esperanza, vivir con cierta frescura la vida que nos ha tocado. Quiero ser realista y utópico a la vez. Es bueno pararse y reflexionar sobre lo que ha supuesto el año que se ha ido. Y contemplar el que viene, quizás con mejores posibilidades, al menos con esa esperanza lo comenzamos, ¿o no? Sé que no ha sido un buen año: demasiadas elecciones, con el paro presente en la vida laboral, con puestos de trabajo no muy estables y con sueldos precarios, con los pensionistas cabreados y con razón, seguimos con demasiados desempleados, continúan saliendo a la luz casos de corrupción que llenan de vergüenza, con una agenda vasca medio paralizada y un gobierno que parece que va naciendo. No quiero ser aguafiestas y quiero mirar a este 2020 con ilusión y cambio. Sé que a pesar de dificultades y sinsabores, sobre todo si actuamos con mente y corazón es posible salir a flote. Eso espero y en ello confío. Les deseo a todas y todos de corazón, tanto en el terreno personal como en nuestra realidad como país un año prometedor. Necesitaremos mezclar todo con salero y añadir un buen chorro de justicia y de igualdad, espolvorear con generosidad amor glasé. Hornearlo a fuego lento, para que no se queme y adquiera la consistencia deseada. Así lo deseo y que paso a paso se haga realidad.