En unas declaraciones a una emisora de radio, el párroco de la iglesia católica de Gaza se congratulaba de haber salido indemne de un bombardeo israelí; daba por ello las gracias a Dios. Se deduce de sus manifestaciones que entonces la tragedia que está padeciendo el pueblo palestino es también obra de Dios, quizás el de los sionistas. A este respecto se puede recordar la paradoja de Epicuro, bien resumida por David Hume: “si el mal del mundo se debe a la intención de Dios, entonces no es benevolente y si es contrario a su intención, entonces no es omnipotente. No puede, pues, ser omnipotente y benevolente a la vez, como sostienen la mayoría de las religiones”. Al margen de esta contradicción, resulta desacertado otorgar atributos humanos a una entidad sobrenatural, supuesta creadora del universo. La religión cristiana habla de un dios eterno, pero entender la eternidad como algo fuera del tiempo es absurdo; la física concibe el tiempo como una dimensión inseparable del espacio y el espacio-tiempo surgió tras el Big Bang. La paradoja surge cuando intentamos imaginar a un ser eterno interactuando con un mundo temporal. Si ese ser no cambia, ¿cómo puede actuar? Y si actúa, entonces está sujeto al cambio, lo que niega la condición de eternidad absoluta.

En este 2025 que se celebra el Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas, la ciencia nos anima a preguntarnos cómo y por qué ocurren las cosas, en lugar de aceptarlas sin más. La fe significa no querer buscar la verdad, ni saberla; la ciencia, por el contrario, respalda sus teorías científicas en la evidencia y además se pueden comprobar experimentalmente. Cuando la física explica y demuestra, no hace falta inventar nada, como es el caso de las religiones. Creer no es lo mismo que saber; es la diferencia entre obedecer y comprender, entre aceptar el dogma y buscar la verdad. El que cree sin saber está a merced del que dice saber sin demostrarlo, y esta es la base del poder de las religiones, el control de las ideas a través de la manipulación, de la ignorancia y del adoctrinamiento, en detrimento del pensamiento crítico que es el único que nos puede alejar de engaños; la razón nos insta a no aceptar ciegamente las cosas sin cuestionarlas. No se trata de desconfiar por sistema, sino de evaluar de forma reflexiva para tomar decisiones razonadas. Ya lo dijo Séneca: “La religión es verdad para la gente común, falsa para los sabios y útil para los poderosos”. Y Paul Dirac (1902-1984), premio Nobel de Física, sugería que la idea de Dios era fruto de la imaginación humana y que si la religión todavía se enseñaba era porque algunos querían mantener “quietas” a las clases bajas.

Tampoco es necesaria la religión para tener una moral; nuestros sentimientos morales pueden explicarse a partir del proceso de la evolución sin necesidad de invocar a dioses. La moral no necesita dioses; lo que necesita es humanidad, y si una persona no puede diferenciar lo bueno de lo malo, lo que necesita es con-Ciencia, no religión. La religión cristiana, como el judaísmo o el islam, sostiene que la moralidad proviene de Dios, de tal manera que lo que es bueno lo es porque Dios lo manda y lo que es malo lo es porque Dios lo prohíbe. Esto nos lleva al dilema de Eutifrón, que se centra en si la moralidad es algo objetivo o dependiente de la voluntad de los dioses: si lo bueno es bueno simplemente porque Dios lo ordena, entonces la moral es caprichosa puesto que Dios podría declarar que cualquier acto atroz es bueno, pero si Dios ordena lo que es bueno porque ya era bueno, entonces la bondad es independiente de Dios, y no lo necesitamos para fundamentar la moral. Para el creyente, el mal y el bien dependen de la voluntad divina y actúa por un temor infundado a un castigo eterno y esperando una recompensa celestial. El ateo ético, por el contrario, no necesita ni el cielo ni el infierno para distinguir el bien del mal; le basta la razón, el sentido común y la empatía. Y no hay nada más inmoral que cometer crímenes en el nombre de Dios. Como decía Steven Weinberg, otro Nobel de Física, “con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”.