Hemos dejado atrás un agosto tórrido marcado por los incendios de todo tipo, aunque por lo que anticipan las previsiones el ambiente seguirá caldeado en septiembre. La operación retorno se presenta como una cuesta de enero y febrero interminable a la que tendremos que hacer frente a partir de ahora. “Se acabó la era de la abundancia”, ha dicho Emmanuel Macron, presidente de la República francesa, en una frase tan mediáticamente bien pensada que sugiere que nos enfrentamos a la peor contradicción posible en un modelo consumista: el exceso y el derroche son comportamientos sinónimos de algo que era bueno y positivo, transformado ahora en todo lo contrario al entrar en una etapa de penurias que nadie sabe hasta dónde pueden llegar. Y sobre todo, que ningún país está dispuesto a gestionar de una forma más solidaria y justa la política fiscal.

La reflexión de Josu Jon Imaz publicada en un medio de comunicación de Madrid no ha sido un artículo más. No es corriente que el consejero delegado de una empresa tan potente como Repsol firme una reflexión así, quejándose abiertamente por los impuestos sobre beneficios extraordinarios que el Gobierno le endilga a su empresa. Y a la vez manifieste abiertamente que “pago mis impuestos con gusto” y “creo en un IRPF alto para los que más ganan y en un impuesto elevado para las rentas de capital”. Más adelante, denuncia que otros sectores y empresas han tenido beneficios extraordinarios y no están en el paquete elegido por el Ejecutivo para pagar por dichos dineros extras.

Ahí siguen emporios como Amazon y las grandes tecnológicas pagando en torno al 2% mientras se llevan sus monumentales beneficios europeos a Estados Unidos, cuando muchos pequeños empresarios y trabajadores contribuyen con un porcentaje mucho mayor. J. J. Imaz se queja de la incoherencia pública y no le falta razón en eso, pues Pedro Sánchez se ha quedado a medias en la medida de recaudar dos años, que es el periodo fijado para gravar los beneficios extraordinarios a las empresas energéticas, pues con ello no podrá paliar el incremento de necesidades sociales, mientras otros nichos de negocio se van de rositas. Lo coherente es que estos deban estar en el paquete si el Gobierno pretende ser creíble. También ayudaría a la credibilidad que los impuestos estuviesen mejor repartidos, comenzando por las rentas de capital, y el fraude fiscal más contenido. La causa más probable de este retoque temporal bastante cosmético es que el Mercado se regula desde el productor al que los gobiernos tantas veces no pueden embridar legalmente… ni penalmente. Es tal el poder de las grandes corporaciones, que mandan más que muchos Estados. Por todo ello, el lamento de Imaz ha tenido tanto predicamento.

El Mercado con su codicia extrema es el que convierte al Sistema en el problema. ¿Cómo es posible que Estados Unidos, la primera potencia económica mundial, esté en recesión? Tantos países y recursos naturales colonizados, tanto liderazgo financiero y bélico, y aun así está en recesión. Ello significa que el modelo mundial en el que estamos no es bueno más que para una minoría. Si al que más tiene no le salen las cuentas macroeconómicas… qué será entonces de millones de personas que viven en aquel país tan rico, pero lleno de desigualdades sangrantes. Más cerca de nosotros, el instrumento principal del Sistema llamado globalización financiera y económica expande el problema al resto de países del Primer Mundo con la guinda del pastel en el no-gas ruso. El cambio necesario pues, es a nivel global, con un replanteamiento del sistema económico que muestra signos de agotamiento. La codicia que impulsa los totalitarismos populistas es lo que impide la vuelta de la socialdemocracia como una parte importante de la solución frente al totalitarismo capitalista chino y los comunismos disfrazados de libertadores.

La extracción energética sin límite parece que ha tocado fondo y es otra llamada a consensuar un nuevo modelo que requiere una solidaridad global ecológica nunca antes vivida por la humanidad. ¿Cómo se va a conseguir ese cambio? La buena noticia es que desde hace tiempo existe la consciencia del problema que ha generado ya la primera estrategia verde, lo que se conoce como green new deal que promueve un cambio de políticas medioambientales y financieras respetando los derechos sociales y el empleo. Se trata de un crecimiento verde basado en la explotación de otros recursos primando el desarrollo verdadero sobre el crecimiento insostenible.

La guerra de Ucrania nos ha colocado ante un espejo que nadie se atrevía a mirar. Habrá que ver exactamente en qué se traduce la expresión “invierno durísimo” con la que nos pone en alerta la ministra de Defensa, Margarita Robles. Espero que su augurio no tenga que ver con el negociado bélico que gestiona y tanta incertidumbre de fondo nos lleve, esta vez, a un otoño más fresquito.

Analista