Estuvo dos legislaturas en el Senado. La primera, con mayoría absoluta de Aznar y Euskadi en la diana. ¿Cómo lo recuerda?

-De entrada, fue un baño de realidad: los populares arrasaban en número y ejercían. Y tirar contra lo vasco o mencionar a ETA era el comodín de la jugada en cada debate. Me costó habituarme; una vez hecho, el resto fue un continuo aprendizaje, agudicé mi sentido crítico: a más ruido, más política.

La segunda fue la de la victoria de Zapatero. Ahí tampoco faltó ruido, por lo menos, según mi recuerdo...

-Pero sonaba muy distinto. Sin mayoría, uno está obligado al diálogo, a negociar. Y eso crea una fluida red de colaboración no exenta de fricciones.

Y a pesar de todo, fue capaz de tener relaciones muy respetuosas con adversarios de distinto signo. Es su seña de identidad.

-Ningún mérito, la relación personal entre compañeros era muy cordial en general y respetarse es condición sine qua non para todo. Sí presumo de haber hecho amigos, cuyo cariño y complicidad siguen intactos pasados 20 años.

¿Qué tal las relaciones con la prensa de la villa y corte entonces?

-Era evidente que el grupo vasco se había ganado ya el respeto de medios y profesionales. En mi experiencia, siempre unida al tema del Sáhara Occidental, yo no encontré ningún mal gesto.

Ahora, cuando ve la política actual y, concretamente, el Senado, ¿qué se le pasa por la cabeza?

-Que sigue siendo una institución desconocida e injustamente tratada, menospreciada por la élite de los grandes partidos, así digan lo contrario. Es el trabajo de los minoritarios, herramienta imprescindible en política, el que le da su lugar.

¿Cree que los nuevos partidos (que ya no lo son tanto) han enriquecido el debate político?

-La respuesta fácil es un no rotundo, pecaría de injusta. Porque el debate político no se nutre de buenas intenciones o discursos revolucionarios, se fortalece con la confrontación de ideas, la corresponsabilidad, el respeto a las reglas de juego y a la palabra dada. Quien esté libre de culpa...

¿Se imaginaba que un día la política sería materia para 'shows' televisivos?

-Nunca. Y no soy una persona ingenua o que se asombre fácilmente. Tampoco nos engañemos: esto forma parte de un todo mucho más amplio en el que reman a favor de obra tanto pesebreros de la política como del periodismo.

Anda también en las redes sociales. Pero con mucho tiento...

-Pero sin sordina, que mi opinión es solo mía. Y salvo que perciba que alguien pueda sentirse herido, molestarse es otra cosa, no me lo suelo pensar más. Eso sí, cuido la redacción y siempre las formas. Y a veces tiro de ironía. O de lo que dicen otros, como cuando me despido cada noche con un fragmento de literatura, algún poema.

Es de Irun, pero tiene el corazón repartido por toda la península y más allá. Una nacionalista internacionalista.

-Irun es mi lugar en el mundo y soy nacionalista, sí. Lo digo convencida y con toda naturalidad. Pero es que el corazón no es una cárcel. Y ya estén cerca o al otro lado del mapa, piensen o no como yo, procuro cuidar de los míos como el tesoro que son. No hay otro misterio. l