- Nos largan la cifra de inflación como en tiempos el aceite de hígado de bacalao, con la compañía de un azucarillo. Así, parece que tenemos que sentirnos aliviados porque son solo unas décimas más que el mes anterior y -¡Aleluya!- seguimos por debajo de los dos dígitos. Un 8,7%, oigan, qué alegría, que alboroto, me lo quitan de las manos. El único motivo de felicidad, resumiendo, es que las cosas todavía podrían estar peor. Lo que no nos dicen es que ya están peor. Y aún queda un trayecto largo hasta el fondo del pozo. Porque está muy bien despistarnos con senectos rockeros o con las miserias expuestas de dos faranduleros de Hollywood. Pero cuando usted y yo paseamos entre los lineales del súper, nos ciscamos en lo más barrido al comprobar cómo nos la meten doblada con las estadísticas oficiales. Sin ser prodigios de las matemáticas, nos da el cacumen para entender que los productos con los que llenamos la cesta de la compra -dejo fuera vicios y caprichos- han subido muchísimo más de lo que pregona el dato cocinado.

- Primer aprendizaje, que no debería ser de ahora, porque venimos curtidos en sablazos más allá de coyunturas económicas concretas: el IPC es un apunte sobre una barra de hielo. Cualquier parecido con el coste de la vida real o la capacidad adquisitiva es pura coincidencia. El pan, los huevos, la leche, el arroz, los garbanzos y no les digo ya el aceite de lo que sea han subido muy por encima de la media oficial. Por motivos seguramente explicables en atención al contexto internacional -la invasión rusa de Ucrania-, pero también por el ansia especuladora y la jeta que le echan las grandes cadenas de distribución. Si durante la pandemia se mostraron, en general, contenidas y ayudaron a evitar la catástrofe, ahora parecen haber optado por otra estrategia. Han captado que hay un sector de consumidores que, por mal que le vayan las cosas al común de los mortales, tienen asegurada la panoja mensual. Se permitirán pagar dos pavos por el bote de mayonesa que en febrero costaba menos de la mitad.

- Sí, no me miren así. Hablo de uno de mis caballos de batalla favoritos, la sociedad dual. Mientras hay quien surfea todas las crisis, otros reptan para llegar a fin de mes. Por eso va a ocurrir muy pronto que se reventarán los registros de ocupación turística (con los empresarios del sector buscando camareros debajo de las piedras) mientras que decenas de miles de familias no van a encontrar el modo de cubrir sus necesidades alimentarias y energéticas mínimas. l