- Confieso que, especialmente de un tiempo a esta parte, el 8 de Marzo me siento como el belga por soleares de la canción de Sabina. No es que no me dé por concernido, qué va, no es eso ni de lejos. Es más bien la sensación desasosegante de estar todo el rato a punto de meter la pata y, desde luego, de no ser capaz de aportar nada. El malestar crece al ver cómo muchos otros hombres no tienen el menor empacho en ponerse al frente de la manifestación y tirar alegremente de consigna sin pararse a pensar que incurren en un paternalismo bochornoso que yo juraría que es una de las peores formas de machismo. Y aún la vergüenza ajena y la indignación son mayores cuando sabes de buena tinta que algunos de esos tíos tan majos y tan solidarios que se tiñen de morado la foto de perfil para espolvorear sus proclamillas son unos trogloditas cipotudos del copón. En algunos caso, algo más grave.

- A todas estas cuitas que me llevan al descoloque que les describo, este año se ha unido la molesta percepción de división en el seno del movimiento feminista. He escrito percepción, pero en realidad ha sido una evidencia. Rosa Montero, que está en esta y en otras luchas desde hace unos cuantos diluvios, expresó así su frustración en la víspera: "Absolutamente lamentable que haya dos manifestaciones feministas en Madrid (y en una veintena de ciudades más). De mucha pena y de llorar. No pienso ir a ninguna". En buena hora. Su desahogo le costó, a modo de dolorosa prueba del algodón, un torrente de esputos dialécticos en Twitter. Después de pasar un buen rato contestando pacientemente a sus disciplinadoras, terminó dándolo por imposible: "Me temo que esto que está sucediendo con el 8-M no es más que una continuación de lo que está sucediendo en toda la sociedad: el triunfo del sectarismo y del dogmatismo. Qué pena, creí que el feminismo era una vacuna contra eso".

- Ante estos encontronazos en público, parece mentira que solo hayan pasado cuatro años desde aquellas gigantescas movilizaciones -con doble subrayado en Euskal Herria- que fueron asombrada y aplaudida apertura informativa en medio mundo. Vuelvo a las líneas del principio para excusar una interpretación sobre los motivos. Sí anotaré, como ya hice el año pasado, que en la otra parte, el machismo en sus peores versiones, en las que no hace tanto parecían ser residuales, no solo ha recuperado terreno, sino que ha experimentado un desvergonzando rearme. Y eso debería hacernos pensar tanto a mujeres como a hombres.