os que no entendemos de geopolítica nos complicamos lo justo. Especialmente en estos momentos en los que Rusia se nos revela como una amenaza, un gigante con capacidad para, si no someternos, amedrentarnos si se le deja, que es peor. Hablo del Rusia Estado, sin atreverme a hablar de un pueblo que desconozco. La paz, en nuestro txoko entendida como razonable despreocupación por tantos y tantos problemas que nos rodean, está probablemente prostituida desde hace décadas, quizá siglos; pero desde luego, se ha terminado desde que nuestra principal inquietud ha dejado de ser la previsión meteorológica en los Pirineos. Estamos en guerra, al menos templada; y no sabemos aún qué se nos pedirá: quizá solo un cheque en blanco, mientras en el frente se exige la vida propia. Asumámoslo. Creo en la soberanía de los pueblos, con sus matices y contradicciones, pero esto no se trata solo de defender al débil. Ya hemos abandonado a su suerte a muchos y seguiremos haciéndolo si queremos sobrevivir en este mundo puñetero. Si Europa se ha movido por Ucrania es por su propio interés. De esto no hay que avergonzarse a estas alturas. Estamos en un bando. No sé cómo lo hemos elegido, ni por qué, pero es el nuestro. ¿Quién en su sano juicio querría una alianza para la guerra? Lamentablemente, hoy cobra sentido.