e solicita un amable lector que dedique unas líneas al colectivo que se declara contrario a la aplicación de las vacunas. No soy partidario de atender este tipo de peticiones, condenadas per se a defraudar las expectativas, pero entro al trapo, montera en mano. Va por usté.

Decía Enrique Santarén en su columna que la esencia de los negacionistas consiste en negar la realidad, tan incómoda a veces, sustituyéndola con una mentira mucho más placentera, sugerente y alternativa a los manipuladores poderes que, además, cuadra mejor con sus emociones, creencias y objetivos. Los clasificaba en negacionistas patológicos, ideológicos y políticos. Vaya por delante que los antivacunas son un problema del primer mundo, de pijos.

Para convencer y, si es caso, combatir, a un adversario, es imprescindible conocerlo. El Instituto de Salud Carlos III ha realizado una investigación sociológica para perfilar la tipología y los motivos por los que más de tres millones y medio de personas mayores de doce años no se habían vacunado el pasado octubre. Ya han publicado los resultados preliminares, matizando que el estudio se lanzó por redes sociales, por lo que no es representativo de la población y que, mayoritariamente, han contestado jóvenes y varones, pero ofrece unas ilustrativas pinceladas.

El 72% de los encuestados, que ni siquiera se han puesto la primera dosis, lo justifica porque las vacunas se han desarrollado muy rápido, no son seguras o están en fase experimental; los que ya habían recibido la primera inoculación desistieron de inyectarse una segunda, principalmente por haber tenido muchos efectos adversos con la primera dosis, según el 44% de los encuestados.

Otras razones esgrimidas son que las vacunas son malas para la salud (48%), son un negocio (44%), estoy sano y no preciso de vacunas (41%) o consideran que las vacunas contra el covid-19 no funcionan (41%). En menor proporción, hay quien opina que todo es un engaño y el coronavirus no existe (12%), un 9% afirma haber pasado la enfermedad, luego ya no enfermarán, y en menor proporción, alegan motivos éticos o religiosos o que únicamente creen en la medicina natural. Por último, hay quien alega que desconfía de las farmacéuticas, le molesta que le presionen y otras majaderías rayanas con la idiocia.

Casi el 60% de las personas encuestadas que no se ha vacunado no tiene intención de hacerlo en el futuro, a pesar de la exigencia del pasaporte covid. Un 8% seguramente lo hará y un 33% tiene dudas. Estas personas indecisas cambiarán de opinión cuando, pasado un tiempo, comprueben que la vacuna es segura. Otros lo harán si pueden elegir la vacuna más fiable y eficaz, con virus atenuado, intranasal o de producción nacional, y el 9% sólo si se la exigen para viajar.

También han analizado la percepción de la gravedad de la enfermedad en caso de contagiarse de covid-19. Es curioso y contradictorio porque, entre los no vacunados, un 27% estima que la enfermedad sería grave o muy grave en caso de contagio, tres puntos más que en la población general (24%).

Respecto a las medidas preventivas y de protección, utilizan menos la mascarilla cuando está recomendada (64% entre no vacunados y 95% en población general); ventilan menos en espacios cerrados (59% vs 94%); cuidan menos la higiene de manos (47% vs 90%); evitan menos los lugares concurridos (40% vs 85%), cumplen menos la distancia de seguridad (37% vs 87%) y evitan menos las reuniones sociales/familiares (15% entre no vacunados vs 69% en la población general). Dicho de otra manera, las personas no vacunadas están más relajadas y tienen menor percepción del riesgo de gravedad de la enfermedad. Están convencidas de que "son jóvenes y, si padecen la enfermedad, será de forma leve".

Por otro lado, la facilidad para encontrar, comprender, evaluar y aplicar la información relativa al covid-19 de la población no vacunada está por debajo de las medias de la población general. Un 60% indica que "nunca o casi nunca" consulta información sobre el coronavirus, un 20% más que en la población general, y desconfían de la información sobre el covid?19 y las fuentes que la ofrecen, con datos también inferiores a los de la población general.

La primera conclusión es que España no es un país antivacunas como otros países europeos pero, evaluada la información, no me negarán que hay muchos soplagaitas. Mientras tanto, y a nuestra costa, y supone un pastón, pueden propagar la enfermedad, padecerla, ocupar camas de planta o UCI en el hospital colapsándolo, obligando a retrasar pruebas, diagnósticos, tratamientos y otras intervenciones, para finalizar falleciendo, arrepintiéndose de sus errores, como aquellos malos, muy malos y rojos, para más señas, que después de hacer la puñeta toda su vida, a última hora se confesaban e iban al cielo.

Vengo insistiendo en la absoluta falta de comunicación desde el inicio de la pandemia, con unas consejeras, médicas de formación, pero pésimas lectoras, mostrando contradicciones, cuando no riñendo a la ciudadanía, en lugar de contar con un comunicador ajeno a la farándula política, garantía de credibilidad, con los suficientes conocimientos de psicología como para ganarse la confianza de las personas y crear una atmósfera de empatía, en una situación epidemiológica altamente preocupante.

¿Qué pasa en Onkologikoa? ¿Y en la histórica y centenaria Fundación Nazaret, pionera en la formación femenina? Nadie comenta el desmantelamiento de la Fundación Kutxa por "unanimidad". Normativa europea, dicen. Algo huele a podrido en Dinamarca, escuchó Hamlet de boca de Marcelo, y puede venir a cuento.

Alcachofas con cardos, pollo del caserío Beain de Urretxu en salsa y compota natural de mi cuñada Idoia, según tradicional y secreta receta familiar, sin gluten, ni azúcares añadidos, ni lactosa, ni colorantes, ni grasas saturadas. Tinto Club de Cosecheros, reserva 2015, Muruamendiaraz. Café. Remy Martin y a ver si hay suerte con la peli de ETB 2.

Las personas no vacunadas están más relajadas y tienen menor percepción del riesgo