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stos días, cercanos al día de Todos los Santos, me acuerdo, muy mucho, de mis padres, ambos fallecidos.

Por suerte para ellos, la marcha hacia el más allá, les ha librado de ser juzgados en el Alto Tribunal de La Haya por maltrato animal y ser pasto del escarnio de la numerosa gente que antepone, ante todo, el derecho de los animales.

Me explico. Mi madre, cada vez que llegaba un nuevo perro a casa, para dejarle bien clarito que debía limitarse a andar por la calle o por la planta baja donde mi padre tenía una vieja carpintería y consiguientemente, que tenían totalmente prohibido subir a la planta noble donde vivíamos, les hacía rodar por las escaleras unas cuantas veces, hasta que el perro en cuestión aprendía la lección.

Mi padre, por su parte, en las inundaciones del año 1983 en las que el río Oria se desbordó y alcanzó 1,80 metros en la carpintería, subió el perro a un altillo que estaba a 2 metros escasos y se afanó, con la ayuda de este juntaletras, en salvar toda la maquinaria y herramientas posibles. Un gesto de falta de sensibilidad animalista difícil de perdonar para algunos animalistas actuales.

Ambos dos, estarían hoy compareciendo, cual general serbio Milosevic, ante el Alto Tribunal europeo acusados de faltas de lesa humanidad por haber maltratado de forma inhumana al perro de casa.

Cuento todo esto, porque, aunque actualmente no tenemos perro en casa, me encuentro totalmente desconcertado, desorientado y desnortado ante el cariz que está tomando la nueva realidad donde las mascotas, perros y gatos principalmente, están adquiriendo un rango y/o categoría, idéntico, cuando no superior, al de muchos humanos.

Desconcertado ante el bombardeo informativo de cadenas de televisión, periódicos y radios que nos han ido informando con pelos y señales de la gravísima situación generada por el abandono de dos perros en una casa de la isla de La Palma cuyo propietario, por la razón que fuere, no se acordó de ponerlos a buen recaudo en el dramático momento de abandonar sus pertenencias ante el avance de la lava. Tal bombardeo informativo genera tal polémica que incluso aparece una empresa gallega que, con un sistema de drones, se dispone a colaborar y organizar un dispositivo para rescatar los dos chuchos.

Finalmente, la acción de un fantasmagórico Equipo A, deja en evidencia la sinrazón y la ridiculez de la situación, pero no quisiera que Hannibal y su equipo, desviasen la atención de lo que al menos a mí, personalmente, más me llama la atención y es la paradójica situación generada, social y mediáticamente, por el abandono de estos dos canes.

Más aún cuando en esa misma zona y en ese mismo mar, anualmente, llegan cientos de personas inmigrantes, familias al completo, en unas misericordes situaciones, hacinados en barquichuelas, sin víveres y lo que es peor, jugándose el pellejo por el simple hecho de llegar a otra tierra en la que tener una nueva vida. ¿Dónde están los medios que nos bombardean, día sí y día también, con informaciones para saber si los perros han comido o no y qué es lo que han comido? ¿Dónde estaban y están, la empresa de los drones, y otras muchas de similar sector, ante la dramática situación de esos cientos de inmigrantes que se juegan la vida por llegar a nuestras costas? Lo siento mucho, no soy la persona más indicada para hablar del tema, pero convendrán conmigo, al menos unos cuantos de mis lectores habituales, en que hemos perdido el norte.

Una mayor sensibilidad y una mayor atención a la calidad de vida de los animales y una mayor protección de los mismos es, a mi modo de ver, un síntoma de progreso de una sociedad moderna y sana. Ahora bien, conviene no perder el norte ni el sentido de la proporcionalidad en el momento de abordar cualquier cuestión y en lo relativo, a la protección de los animales, tampoco.

Euskadi está tramitando su Ley de protección de animales con el objetivo de corregir diferentes desmanes que se dan en nuestra sociedad y aunque no estoy completamente de acuerdo con algunos de los planteamientos recogidos en la norma, creo que se ha hecho un importante esfuerzo de razonabilidad al excluir el ganado destinado a la producción de alimentos de su ámbito de actuación y centrando el tiro en los animales de compañía, mascotas, que pueblan nuestras ciudades y cuya población canina supera con creces la población infantil.

En el Gobierno central, por su parte, también están elaborando su propia normativa animalista pero, más allá de las cuestiones del bienestar animal, se ha dado un pasito adelante, nada inocente, nominando la nueva normativa como Ley de Protección y Derechos de los Animales, así, como quien no quiere.

Más aún, para que seamos conscientes del desvarío dominante, debemos tomar en cuenta las palabras del director general de los Derechos de los Animales del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 encabezado por la navarra Ione Belarra, que en el momento de presentar su proyecto de ley de protección de los animales llega a afirmar que de ninguna manera se puede hablar de animales de trabajo (imagino que en referencia al ganado de producción) porque estos animales no pueden sindicarse.

A lo dicho, hemos perdido el norte.