Me he dedicado a repasar las fotos y vídeos de los niños inmigrantes que llegaron a Valencia a bordo del Aquarius, Dattilo y Orione, después de ocho días de navegación. Unos aparecen colgados de los brazos de sus madres, lloriqueando. Otros esconden la cabeza y medio cuerpo, apretándose contra sus padres: Algunos asoman las caritas, con ojos sorprendidos por tanto revuelo. Unos pocos correteaban por cubierta con sus juguetes recién estrenados. Y el grupo más nutrido se apoyaba en la barandilla, como si de pronto hubieran crecido demasiado rápido, convirtiéndose en adultos prematuros. Al bajar a tierra, sus pasos resultan inciertos. Se les doblan las piernas, pero aún tienen fuerza para agitar sus manos en respuesta a los saludos de los sanitarios. Las frías estadísticas no citan nombres, solo números. En la flotilla viajaban 134 menores, de ellos 123 sin familia. Desgraciadamente, los desaparecidos no cuentan. Un buen número de los que se subieron a las pateras, fallecieron ahogados antes de ser rescatados. Hace tiempo Malala Yousafrai, la niña paquistaní tiroteada por los talibanes y Premio Nobel de la Paz 2014, dijo algo que no he podido olvidar. Afirmó que “existen pocas armas tan poderosas en el mundo como una niña con un libro en la mano”. Entre los niños del Aquarius pude ver muñecas, cochecitos, incluso pistolas de agua, y algún balón, pero ningún libro, como si fuera un producto tóxico o de segunda necesidad. Es evidente que el idioma es una barrera, difícil de superar, pero no imposible. Solo hace falta empeño. Los 134 niños del Aquarius van a estar muchos meses con nosotros. Espero que no los pongamos en una puerta giratoria, que les conduzca de nuevo al Mediterráneo. Sería una enorme hipocresía, un fraude que no se merecen nuestros invitados, una mentira que nos ensuciaría a todos. Deberíamos intentar encontrar a sus padres. Mientras tanto, les debemos un alojamiento adecuado, atención médica, comida, bebida, mucho cariño, juegos y un libro (educación) en la mano.