Coincidiendo con las fechas del Mundial de Rusia, en aguas del Mediterráneo se está disputando otro Mundial mucho más trascendental, más dramático, donde lo importante no es el gol, sino salvar 629 vidas de inmigrantes. Forman un equipo desnutrido, mal equipado, sin primas, e incluso 123 niños, sin madres. Huyen de la muerte, la guerra, la persecución, las violaciones, los traumatismos, el dolor y de una tristeza que les ahoga. Proceden de Siria, Irak, Afganistán, Sudán, Libia, Líbano, República Democrática del Congo, Nigeria, Yemen, Somalia, ese medio mundo doliente que lucha a diario por sobrevivir. Hoy llegará a Valencia y en los muelles, miles de personas les darán la bienvenida. Blandirán banderas, les besarán, les abrazarán, les aplaudirán y, tras un purgatorio burocrático, podrán descansar en camas, sin que las olas les zarandeen, ni el frío entumezca sus extremidades. Se despertarán por la noche con pesadillas, las mismas que les persiguen desde hace años, porque seguramente ya forman parte consustancial de sus almas. Alguien, que ha hecho la travesía con ellos, contaban que les pasmaba su profundo silencio, roto solo a veces por los llantos, y a veces por las risas, cuando llegaba la comida. Pasan las horas y nunca piden nada, ni siquiera se quejan. Solo miran al mar, sin pestañear, por si al fondo aparece una franja de tierra, que se llame Valencia. Tal vez haya casas para ellos, como las que les arrebataron las bombas, y puedan por fin descansar. ¡Tienen tanto cansancio! A mí, me interesa mucho más este mundial, que el de Rusia. El de esos 129 niños huérfanos, que el de Ronaldo, De Gea, Messi, etc., que acaparan todos los días los titulares de los medios de comunicación. Pero tengo miedo, que hoy acudamos en masa a recibirles, y mañana o pasado, o dentro de un mes, nos marchemos todos en masa, olvidándolos en busca de otro capricho. Temo que hoy los recibamos como si fueran nuestros hermanos, nuestros amigos, y que muy pronto nos deshagamos de ellos, porque quieren robar nuestro bienestar.