A media tarde de ayer, una breve nota del PP comunicaba que Mariano Rajoy renunciaba a su acta de diputado y requería que le dieran de alta en el cuerpo de registradores de la propiedad para reintegrarse a la plaza que tiene en excedencia desde hace 28 años en la ciudad turística de Santa Pola (Alicante). En solo 15 días, desde el triunfo de la moción de censura, Rajoy ha dicho su adiós definitivo a la política dejando la presidencia del PP, su puesto de jefe de la oposición, y ahora su escaño en el Congreso. Postura mucho más elegante, por cierto, que la del expresidente Felipe González que, tras su primera derrota electoral en 1996, mantuvo el escaño, sin acudir al Congreso. Al renunciar a su acta de diputado, Rajoy dejará de estar aforado, salvo que solicite su ingreso en el Consejo de Estado puesto al que tiene derecho como expresidente del Gobierno. Premonitoriamente, en el cierre del pregón de fiestas que pronunció en 2004 en Santa Pola, Rajoy aseguró que volvería de nuevo a su trabajo en la localidad alicantina “tras el paréntesis que significa en mi vida la dedicación a los asuntos públicos”. Lo curioso es que Rajoy y Santa Pola no es la historia de un amor a primera vista, sino más bien una puerta de escape para cuando le vinieran mal dadas en política, como ha ocurrido ahora. Rajoy solo ejerció como registrador de la propiedad en la localidad alicantina algo más de dos años, pero pernoctaba en un hotel de Alicante, situado a unos 25 kilómetros. En este tiempo, le ha sustituido en el registro su amigo y compañero de carrera, Francisco Riquelme, que ha compaginado Santa Pola con la titularidad de otro registro en Elche bajo la figura de “registrador accidental permanente” al amparo de los artículos 552 del Reglamento Hipotecario y el 287 de la Ley Hipotecaria. Rajoy se licenció en Derecho en 1977 y al año siguiente aprobó con el número uno de su promoción las oposiciones. Tras pasar por Padrón y Villafranca del Bierzo acabó en Santa Pola. ¿Por qué? Tal vez, porque Santiago Bernabéu veraneaba.