Una niña de 12 años, filipina de la calle, victima, como muchos niños, del abandono, drogas y prostitución, le preguntó al Papa Francisco por qué Dios permite esas cosas y el Sumo Pontífice respondió: “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta.” Y quedó como un enamorado sin causa.

El nuevo ministro de finanzas de Grecia, elegido por los enemigos de los ruines, fue a pedir ayuda a su colega alemán y este soberbio teutón lo despachó diciendo: “No se pueden hacer campañas electorales prometiendo cosas a cargo de terceros.” Este ilustre alemán no quiere saber que la crisis la provocó la avaricia de los bancos, que no se presentan a elecciones y mandan a través de terceros, de políticos como él.

El presidente del Gobierno Mariano Rajoy no sabe nada de la financiación ilegal de su partido ni de sobres con fajos de dinero. La hija del rey y su marido, y el propio rey, no saben cómo les entra el dinero a carretadas. Puyol, el honorable, tampoco.

El ex presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss Kahn, tampoco sabe que las muchachitas que hacen el amor por dinero tienen tanta dignidad o más que él. Estamos rodeados de tontos ilustres que no saben nada. Y son los que nos mandan.

Los musulmanes radicales queman con gasolina en una jaula de hierro, como a una rata, a otro musulmán, piloto de un avión de guerra, que mata con sus bombas a todo el que se le pone por delante.

En esta jaula gigante vivimos. Menos mal que aquellos que no tienen nada que perder, secos y amojamados, todavía no le han dado al chisquero y han hecho “clis, chist, chist” a los bidones de gasolina y a saltado todo el florilegio por los aires, porque no tienen leche para sus hijos flacos y amarillentos.

Por otros caminos van el arte, la ternura y la risa. Los premios Goya han galardonado a los protagonistas de “Ocho apellidos vascos”, mostrando al mundo que la risa es posible y que los vascos no somos tan ariscos, sino gente divertida, laboriosa y tenaz, que además de ir pisando peñas, escudriñando montes, selvas, mares y desiertos tenemos mucha chispa, guardada en una caja de plomo, que abrimos cada día para reírnos de nosotros mismos y de nuestra propia risa.

Y Federico: “Tendrás un niño más bello que los tallos de la brisa?”