Que vivimos en un mundo caótico es evidente. La tecnología avanza cada día, dejando lo de ayer como algo caduco. Olvidamos rápidamente, y algo ocurrido hace unos meses nos parece un pasado lejanísimo. En un momento en el que lo inmediato parece ser lo único real, afloran discursos que lo explotan. Zygmunt Bauman describió esta sociedad como líquida, en la que nada se mantiene. Y a todo ello contribuye hoy en día el algoritmo que rige nuestras vidas, que mediante las redes sociales nos dice qué pensar. Podemos aceptar ideas fraternales o de respeto a los derechos humanos o todo lo contrario, según lo que le apetezca enseñarnos. Sin estar vacunados contra esa intoxicación, el peligro es enorme y ya se está empezando a ver. Donald Trump es el máximo exponente de esta sociedad. Un día comparte un vídeo hecho con IA donde en Gaza no hay rastro de palestinos y él toma el sol con Netanyahu en un resort, y al día siguiente recrimina a Israel su actuación, aunque la sigue apoyando, claro. Habla a favor de Putin y después lo critica. Insulta al electo alcalde de Nueva York y después dice que tienen mucho en común. Es capaz de girar 180 grados sin despeinarse. Por eso, en esta sociedad algorítmica y líquida, donde todo se olvida, los que son como Trump tienen todas las de ganar.