Más de una vez me he cruzado con el autobús del Bayern Munich en la AP-8. Sin viajeros (ni técnicos ni futbolistas), y con un chófer más solo que la una. ¿Y qué?, dirán. Pues que el autobús iba vacío desde Múnich a la ciudad en la que el equipo iba a jugar la Champions League (Oporto, Lisboa, Madrid, Sevilla...), solo para recoger a los jugadores y técnicos en el aeropuerto de destino y hacer los desplazamientos del aeropuerto al hotel, del hotel al estadio y del estadio al aeropuerto. Por supuesto, el autobús volvía a Múnich vacío mientras el equipo se desplazaba en avión. Desplazar un autobús vacío a la ciudad en la que juega el club es una práctica habitual en los clubes de elite de fútbol desde hace años. Para el partido de anoche, el autobús oficial de la Real ha recorrido el trayecto Donostia-Mánchester (1.630 kilómetros), y vuelta, sin viajeros, aunque ha aprovechado para llevar todo el material del equipo en el maletero. El fútbol de elite vive en otro planeta, como se ha podido comprobar hace unos días por boca de Kylian Mbappé y el entrenador del PSG, Christophe Galtier. No te extraña que se choteen. Tampoco extrañará que para limpiar su conciencia dentro de unos días anuncien que van a plantar 1.000 árboles en el bois de Boulogne. Al tiempo.