ay otra Valencia, la del interior. Mucho menos conocida que la cacareada costa, pero con otro tipo de encantos y joyas por descubrir. Requena es un buen ejemplo de lo que uno no espera encontrar en la Comunidad Valenciana: vino a borbotones, callejuelas y monumentos medievales. Ubicado en la meseta manchega, en la parte oriental de la comarca Requena-Utiel, estamos ante el término municipal más grande de la región. Abundan los pinares, las fuentes y manantiales. El parque natural de las hoces del Gabriel queda un poco a desmano, pero se recomienda conocer sus bellos paisajes. Hay cuevas, yacimientos arqueológicos y un balneario, el de Fuente Podrida, conocido por sus aguas sulfurosas. Requena también es campo y aire puro.

En esta localidad de 22.000 habitantes predominan los viñedos, su principal sustento económico. La denominación de origen Utiel-Requena es muy apreciada entre los sumilleres más entendidos. Estamos en el epicentro de las bodegas valencianas. En esta zona se puede desconectar del ruido, conectar con uno mismo y disfrutar de una buena copa de vino gracias a uno de esos paraísos vitivinícolas marcados por el influjo de su entorno.

La Ruta del Vino Utiel-Requena, salpicada de viñedos, transcurre por diez municipios de la comarca: Camporrobles, Caudete de las Fuentes, Chera, Fuenterrobles, Requena, Siete Aguas, Sinarcas, Utiel, Venta del Moro y Villargordo del Cabriel. En esta inmersión enoturística, el visitante puede conocer todo lo relacionado con la tradición y la cultura del vino: visitas a bodegas, catas de vino, visitas culturales guiadas y menús maridados en restaurantes de la zona. Acierto seguro.

Si el viaje a Requena, a unos 60 kilómetros de la capital valenciana, te pilla en verano, estás de enhorabuena. La feria y fiesta de la vendimia, declarada de Interés Turístico, se celebra entre finales de agosto y principios de septiembre. Son jornadas muy agradables y divertidas. El plato fuerte tiene lugar con el acto de la proclamación de la reina de las fiestas, la conocida ‘Noche de la Zurra’.

Requena es un pueblo con altura: se eleva 700 metros por encima del mar. Su origen es antiquísimo. Las excavaciones realizadas en el barrio de La villa han permitido hallar restos y huellas que se remontan a la Edad de Hierro. Su casco antiguo es un fiel reflejo del viejo esplendor del municipio, cuando la vida de sus habitantes no dependía de la producción del vino. El producto estrella era la seda, como queda de manifiesto en el Colegio del Arte Mayor de la Seda, situado en pleno centro histórico. En 1966 Requena fue declarado conjunto Histórico-Artístico. Se mantienen en pie algunos hitos del pasado árabe (las murallas, la Torre del Homenaje) y se complementan con valiosos ejemplos de arte gótico (las Iglesias de Santa María y del Salvador).

La ciudad medieval se descubre en un peculiar recorrido por el subsuelo con un itinerario por las antiguas cuevas donde en unas tinajas se almacenaban vinos, aceites y cereales. Imprescindible hacer un alto en las siguientes joyas del medievo: la Alcazaba, la Medina, la Plaza del Castillo, la Cuesta de las Carnicerías, la Iglesia de San Nicolás y el Palacio del Cid.

En la plaza de la Villa o de Albornoz está el meollo de la vieja ciudad. Otras paradas culturales a tener en cuenta son el Museo Municipal, el Museo Etnológico y el de Arte Contemporáneo Florencio de la Fuente. La Torre del Homenaje, del periodo musulmán, se ha reencarnado en varias ocasiones: ha servido como torre centinela o vigía, más tarde fue una prisión y en la actualidad funciona como un centro de interpretación para conocer un poco mejor la historia del municipio valenciano.

No gozará de la fama de las localidades costeras de su comunidad, pero se ha ganado a pulso una visita. Su tradición gastronómica, rica en proteínas y calorías, funciona como un espejo de su estratégica localización, entre La Mancha y el Mediterráneo. Sobresalen, como no, distintos tipos de arroz (el de matanza, en cazuela y el arroz con bajocas o judías verdes), el gazpacho, el ajoarriero, un potente guiso llamado morteruelo, sardinas, un dulce local denominado ‘turroncillo’ y su amplio abanico de embutidos: longaniza, chorizo, sobrasada, salchichón, morcilla y... el perro. Que no se lleven las manos a la cabeza los amantes de los cachorros. Se trata de un embutido curado obtenido exclusivamente con ingredientes porcinos y que se sirve frío. También llamado ‘sangrigordo’, es bastante más refinado de lo que su nombre sugiere.