arece que el tabaco tiene los días contados en las playas de esta parte del Mediterráneo. Cada vez son más los arenales donde no se puede encender un cigarrillo o se ponen condiciones poco favorables para su práctica. La red de Playas sin Humo de la Comunidad Valenciana son enclaves libres de tabaco. Surgida en 2020, el ayuntamiento interesado solicita la petición para a continuación pasar a identificar la zona (puede ser total o parcial) y, en último lugar, se designa a un grupo de personas para asegurarse de que se cumple la norma. El objetivo es mantener limpio el litoral y que las colillas y los restos de nicotina no se queden enredados en la superficie.

Se estima que contienen hasta 400 sustancias tóxicas y que en todo el mundo se arrojan más de 4 billones de colillas en entornos naturales. Los cigarrillos no son biodegradables, pueden tardar hasta 10 años en destruirse. Tirar pitillos a la playa es un desastre medioambiental. Se han convertido en uno de los enemigos a batir por parte de los colectivos ecologistas, además de que su negativo impacto estético. En 2017 la ONG conservacionista SEO/BirdLife y la entidad de reciclaje Ecoembes pusieron en marcha el Proyecto Libera. El plan conjunto consistía en concienciar a la ciudadanía sobre los efectos negativos de la basura abandonada o ‘littering’ en entornos naturales.

Las playas sin humo también pueden funcionar como una manera de animar a dejar de fumar. Desde la Generalitat de la Comunidad Valenciana creen que esta iniciativa puede ser efectiva en esa dirección. Se muestran satisfechos con la iniciativa. Las restricciones sanitarias de 2020 ayudaron a implantar la iniciativa sin grandes sobresaltos ni colectivos de fumadores en su contra. Ya son más de 50 las playas de la región que se han adherido a la red. El Campello y Elche lo aplican en todo su litoral. El objetivo de los impulsores es que todos los ayuntamientos valencianos costeros “tengan, al menos, una playa sin humo”.

De momento, las autoridades municipales han optado por no multar a los fumadores: optan por informar y sensibilizar a los infractores en lugar de aplicar sanciones. Hay un grupo de especialistas que se encarga de esta tarea. La Federación Valenciana de Municipios y Provincias (FVMP) organiza unos cursos online, con una duración de 15 horas lectivas, en los que forma a los mediadores de la red de estas playas libres de tabaco. Las clases están abiertas a distintos sectores de la ciudadanía valenciana, desde socorristas a agentes municipales. Con esta acción formativa se pretende “preservar a la población y al territorio valenciano de los efectos nocivos del tabaco y de los desechos de los cigarrillos en un espacio público como son las playas”.

A la capital valenciana le pasa un poco como a Bilbao: que por una razón o por otra siempre está de moda. Ambas ciudades, tan distintas en lo arquitectónico y en espíritu, despegaron con el nuevo siglo y se convirtieron en polos de atracción turística. De repente, todo el mundo hablaba de la metamorfosis de Bilbao y Valencia. Eran destinos a los que ir por su oferta museística, gastronomía o por una profunda renovación de su fisionomía. Sus detractores señalan que se gastaron millones en los tiempos en que la economía iba como un tiro. Nadie quería asomarse al precipicio. La prosperidad valenciana se caería a pedazos lastrada por la corrupción y años de despilfarro.

Es un estigma que aún pesa en esta ciudad. Pero esa es otra historia. Valencia sigue enganchando, dicen incluso que enamora. Este año se celebra su designación como capital Mundial del Diseño y es una buena oportunidad para (re)descubrir su patrimonio, caminar por sus calles peatonales y disfrutar del suave clima mediterráneo a orillas del mar.

Lo primero que se debe hacer en Valencia es probar su plato más icónico: la paella. El Diari Oficial de la Generalitat Valenciana publicó a finales de 2021 un decreto por el que declaraba el manjar Bien de Interés Cultural Inmaterial y lo definía como “el arte de unir y compartir”. Los orígenes de la paella se sitúan en la Albufera de Valencia y dieron el salto del campo a la ciudad a finales del siglo XIX. Las casas y merenderos de la Malvarrosa empezaron a cocinar el emblemático plato. La tradición continúa vigente. Comer una paella con vistas al mar en una buena arrocería de la popular playa es un planazo. Las opciones son numerosas: La Murciana, La Herradura, Almar, Casa Carmela, Casa Isabel...

Entrar a admirar el modernista Mercat Central; coger una bici y atravesar Valencia por el antiguo cauce del río Turia hasta la famosa Ciutat de les Arts i les Ciències de Santiago Calatrava; pasear por el histórico barrio del Carmen, turistificado pero que continúa siendo el corazón que bombea la ciudad; conocer el Cabanyal, donde sus vecinos paralizaron un polémico plan urbanístico del antiguo ayuntamiento; y, ya que estamos en año de capitalidad, deberíamos pasar por el espacio cultural de la Fábrica de Hielo. Puede que al final te acabes enamorando.