Con permiso de la ciudad portuaria (y universitaria) de Gante, en Bélgica hay dos destinos que se disputan el trono de una belleza medieval que nos retrotrae a los tiempos de las princesas sabias y los guerreros valientes. Empecemos por la segunda ciudad más poblada del país (500.000 habitantes), cuna de pintores flamencos y ciudad de la moda alternativa. Amberes, como Bruselas, también sabe a Europa. El corazón del Viejo continente late esta vez late de manera informal y libre, sin las ataduras institucionales de la capital.

Rubens nació en Alemania, pero pronto se mudó a Amberes. Es la máxima estrella local. En la plaza Verde, también llamada Groenplaats, hay una estatua en su honor, a pocos metros de la espectacular catedral gótica del siglo XVI. Anthony Van Dyck, otro pintor gigantesco, tiene su estatua en la calle Meir. El Siglo de Oro ha dejado una huella profunda en la ciudad. La catedral tiene una torre de más de 120 metros, pero lo mejor llega cuando se atraviesan sus puertas y se contempla maravillado una de las obras maestras de Peter Paul Rubens, 'El descendimiento de la cruz'. Más Rubens en su casa-museo de la plaza Waper, donde el artista vivió muchos años con su familia y montó un estudio diseñado por él mismo.

En realidad, Amberes entera es un museo al aire libre: no hay más que pasear entre sus numerosas iglesias y mansiones. Pero para una inmersión total en su rico pasado pictórico se recomienda visitar el museo Mayer va den Bergh y el museo de Bellas Artes. Entre el río Schelde y la estación central está la acción: un batallón de tiendas de segunda mano, bares, centros culturales, salas con música en directo y por supuesto sitios para beber cerveza y comer patatas fritas, los otros dos monumentos nacionales, esperan al visitante. Arte, música y ocio. Amberes está muy viva.

Cuesta no caer en el tópico. Es pisar Brujas, a unos 100 kilómetros de Amberes, y tener la tentación de sacar el móvil para compartir las fotografías en las redes sociales. Todo el rato. La fama de ciudad de cuento es por algo y un primer paseo por el centro confirma el cliché. Parada en una terraza de la plaza del Mercado, con las casas de fachadas triangulares inmortalizadas por los turistas. Otra parada en la plaza Burg, otro bastión histórico donde luce con fuerza el ayuntamiento gótico-florido. Para redondear una estampa de fábula infantil no es raro observar coches de caballos cruzando Burg que se dirigen a cualquier otro punto de la ciudad, tal vez en una fiesta palaciega.

El espectáculo de puentes y fachadas milenarias tiene su colofón en un paseo en barca por sus canales, como si Venecia se hubiera movido unos cuantos kilómetros al noroeste. La ciudad de postal belga es también la ciudad del amor. El canal de Minnewater se conoce tal cual, como el lago del amor. El tópico romántico de príncipes y princesas se extiende en el puente peatonal que cruza sobre el canal St-Bonifaciusbrug. Adivina cuál es su nombre popular. Efectivamente, el puente de los enamorados.