En el Giro de Italia, Egan Bernal encontró la redención. Alivio de luto. Por fin libre de la pena. Lloró Bernal su dicha. Su vida ahora es color de rosa. El color de la maglia que desenterró en Campo Felice y que defendió hasta su coronación en el Duomo de Milán, donde estuvo acompañado en el podio por Damiano Caruso, segundo, en la mejor carrera de su vida, y Simon Yates, tercero el británico. El colombiano de 24 años completó una carrera catedralicia que le devuelve al ciclista que maravilló hasta que el dolor le arrastró durante meses. La carrera italiana le ha alejado del calvario, del sufrimiento de muchas lunas encerrado a solas con el padecimiento y la incertidumbre. No existe peor sensación. Bernal se rebeló. Volteó su destino.

Su maltrecha espalda, que achicó la talla de campeón que adquirió en el Tour de 2019, le apagó el pasado curso. Tuvo que abandonar el Tour, derruido por dentro. Apaleado, doblado por el dolor. Durante un tiempo, el colombiano fue La Bestia herida. Bernal, obligado a gatear, ha sabido ponerse en pie para ser quién fue tras bucear hasta el alma. Dicen que el ánima pesa 21 gramos. Incluso ese peso doblaba a Bernal, torturado por su espalda, su talón de Aquiles. El gesto oscuro de la pena le nubló la felicidad durante demasiado tiempo. "Ha sido especial ganar este Giro. Una sensación increíble para mí", ha dicho Egan Bernal tras la conquista de la carrera italiana.

Su laurel en el Giro posee el alivio de un triunfo sobre el padecimiento. La mejor victoria de Bernal no es deportiva. Es emocional. Bernal se reconoce en el espejo, deformado durante meses por el dolor que le pinzó el espinazo. Una cruz que le retorció y le arrodilló. Bernal era un penitente. El éxtasis de Bernal es el triunfo del ser humano a través de la voluntad y del deseo. El colombiano tuvo que atravesar un tormento. El colombiano nunca se rindió y eso le concedió la más grande de sus victorias. Su vuelta a la dicha comenzó en la tierra de Campo Felice, un nombre que nunca olvidará.

En ese lugar tan evocador, Bernal desenterró su primera victoria de etapa en una grande. En su excavación encontró la maglia rosa. Desde entonces la ha lucido en el Giro. Dos semanas pintado de rosa. En Cortina d’Ampezzo mostró el rosa en todo su esplendor. Fue su gran día. Se destacó entre la nieve, el frío y la lluvia del Passo Giau y celebró su dominio en la carrera italiana. Honró al Giro y a la maglia rosa, la prenda sagrada de la fiesta pagana de Italia. Allí accedió al nirvana, pero a su Giro le faltaba el goteo del sufrimiento, como si el pasado no quisiera irse del todo de su cuerpo.

Se encontró con el calvario en Sega di Ala, cuando el Giro parecía un asunto rutinario para él. Fue el peor día del colombiano en la travesía de más de 3.700 kilómetros de la carrera. Simon Yates hurgó en la cicatriz de Bernal. Le salvó Daniel Martínez, cuidador del líder en las cumbres. Bernal evitó entrar en pánico cuando el inglés se encrespó en Alpe di Mera en su segundo envite. Aprendió que el nerviosismo le carcomía las fuerzas. Actuó con frialdad y sentido común. El colchón de tiempo almacenado durante el Giro aplacó el intento de revuelta de Yates.

Ese mismo método aplicó Bernal en Alpe Motta, cuando Damiano Caruso se expandió, espumoso, puro champán y coronó la cima. Nadie esperaba al italiano, que siempre corrió con la idea de protegerse, atacar. El colombiano, apoyado en Castroviejo y Martínez, sus sherpas en las montañas, gestionó la ventaja para acceder con serenidad a la crono de cierre entre Senago y Milán. Bernal sonrió desde la rampa de despegue, que le llevó hasta el cielo rosa. El líder cedió 30 segundos con el italiano, orgulloso hasta la última pedalada. Una minucia para el colombiano, que entró por la puerta grande del Duomo a la historia del Giro.

GANNA, EL MEJOR DE LA CRONO

En una crono llana, en el soliloquio con la carretera y el crono, Filippo Ganna, el campeón del Mundo de la especialidad, demostró nuevamente su dominio. El italiano, un gigante con pose de mantis religiosa sobre la bicicleta, alcanzó la victoria en su duelo con Rémi Cavagna y Edoardo Affini. Ni el pinchazo que sufrió impidió a Ganna repetir la foto de Turín, la postal que dio comienzo al Giro. El francés estuvo muy cerca, pero trazó mal una curva, hizo un recto, en la calles de Milán y se fue al suelo. El TGV de Clermont Ferrand descarriló. Respiró Ganna, aunque dibujó una mueca por la caída de Cavagna.

El Ineos, que logró la carrera y cuatro etapas para dar continuidad a la victoria del pasado año, disfrutó de una fiesta doble en Milán: el festejo de Ganna y el retorno de Bernal, recuperado para la causa. El colombiano sumó su segunda grande. Antes conquistó el Tour de 2019. Ahora luce su nombre en el frontispicio del Giro. Es la victoria del muchacho que atravesó el infierno para acceder al paraíso. El camino de vuelta a sí mismo. Su salvación. En Milán se iluminó la sonrisa del colombiano, otra vez bajo la luz incandescente de la victoria. Bernal soltó los brazos del acople para finalizar la crono y cerrar un tiempo de zozobra. En la carrera italiana enterró una pesadilla. Al fin en el reino de los sueños. Bernal encuentra la paz en el Giro.