Estamos en época de castañas. Los vendedores forman parte del paisaje otoñal y pocos son los que se resisten a comprar un cucurucho. Eso en las ciudades. En los pueblos pequeños, no hay acto que no vaya acompañado por una castañada. Este fruto goza de un gran aprecio en Gipuzkoa y no es de extrañar: los guipuzcoanos hemos sido grandes consumidores de castañas. De hecho, durante muchos años fue un elemento básico de nuestra alimentación. El sábado, a las 16.30 horas, hablarán acerca de ello en el caserío Igartubeiti de Ezkio. Se trata de un taller familiar que finalizará, como no podía ser de otra forma, asando castañas en un tamboril.

El historiador legazpiarra José Antonio Azpiazu ofrece algunas de las razones por las que la castaña ha sido tan importante en Gipuzkoa. Recuerda que durante siglos los guipuzcoanos vivieron en el monte y de lo que les proporcionaba el monte. “Hasta el siglo XII el mar no tuvo relevancia, no era un recurso. El monte, en cambio, sí. La base de aquella economía eran el bosque y la comida que proporcionaba: la caza y los frutos. Hay que tener en cuenta que en nuestros escarpados montes las plantaciones no daban muchos frutos”.

Así, la castaña era un alimento básico. “Parece ser que el castaño lo trajeron los romanos. Por lo tanto, lleva muchos años entre nosotros. Donde hay bosque, hay castaños. Era un alimento muy importante”.

De ahí que la Diputación promoviera la plantación de castaños. “En 1552 se plantaron en Tolosa 500 ejemplares y en Zestoa otros 500, entre castaños y robles. A veces incluso se producían excesos. En 1564, en Lazkao, plantaron 500 árboles en contra de las ordenanzas”.

La importancia de estos árboles era tal, que una enfermedad sumió en la miseria a muchos baserritarras. “A finales del siglo XIX, una plaga conocida como tinta del castaño afectó a muchos castañares. Ello sumió en la miseria a muchos baserritarras, pues las castañas eran un alimento imprescindible para pasar el invierno. Tuvieron que talar muchos castaños y la castaña perdió peso en la alimentación. De todos modos, siguió siendo un alimento básico en los caseríos hasta bien entrado el siglo XX”, recuerda Azpiazu.

El historiador legazpiarra comenta que otros alimentos básicos en los caseríos eran la alubia (habitual en las comidas), el garbanzo (solo los domingos), el cerdo, las hortalizas, el maíz (el trigo se utilizaba para pagar la renta), los huevos, la leche y las manzanas.

En su infancia, Azpiazu pasó muchas horas en el caserío materno y tiene muchos recuerdos relacionados con el fruto que protagoniza este reportaje. “Asar castañas era toda una fiesta. Mientras se asaban, rezábamos el rosario. Después, comíamos las castañas, un tazón de leche... ¡y a la cama!”.

Canciones, libros... En vista de todo esto, no es de extrañar que la castaña ocupe un lugar importante en la cultura vasca. En una de nuestras canciones más bellas y emotivas (Hator, hator) se le invita al hijo a volver a casa y comer unas castañas.

El escritor Nikolas Ormaetxea Orixe, en su libro Euskaldunak, dedica un capítulo a este fruto. Pero el libro que van a utilizar el sábado en Igartubeiti para hablar sobre la castaña será otro: Euskal baserriaren inguruan, del gabiriarra Julián Alustiza Aztiri. Esta obra la publicó la editorial de los franciscanos de Arantzazu en 1985 y en la misma hay un capítulo dedicado a la castaña.

En el libro Alustiza recoge diversas curiosidades relacionadas con este fruto. Por ejemplo, que el bertsolari Uztapide escribió sobre unos castaños a los que tres jóvenes agarrados de las manos no conseguieron abrazar. Y la leyenda dice que el herrero San Martín Txiki se inspiró en la forma de la hoja del castañao para inventar la tronza.

Iztueta, por su parte, agradecía a la castaña que no diera trabajo: para disfrutar de ella, basta con recogerla y cocerla o asarla. Ataño llamaba “nodrizas” a los castaños, porque proporcionaban alimento para cuatro meses: de noviembre a marzo se cenaban castañas. Y porque se acababan, porque sino, hubiesen cenado castañas durante todo el año. Y el organismo, encantado. Constituyen un importante aporte calórico y son ricas en grasas, proteínas, minerales y vitamina C.

El castañero Gustavo Ocampo da fe de ello. Este colombiano lleva 18 años viviendo en Euskadi y desde hace 8 trabaja como castañero para una empresa de Vitoria. Desde octubre hasta enero viene todos los días a Zumarraga, a asar castañas junto a uno de los puentes que une Urretxu y Zumarraga. El resto del año trabaja de heladero. “Tenemos ocho puestos de asar castañas. Trabajamos también en Eibar, Arrasate, Bergara...”.

Clientes habituales Viene a Zumarraga a diario y dice que se venden muchas castañas. “Gustan a los vecinos de todas las edades. Vienen niños, padres, abuelos... Todos me comentan que están muy buenas. Gustan mucho. La mayoría de la gente compra más de una docena. Incluso tengo clientes habituales. Hay gente que compra castañas todos los días”.

A Ocampo le gusta su oficio. No es de extrañar: se dedica a vender un producto saludable y la gente agradece su labor. “Me gusta mucho mi trabajo. Asar castañas no tiene mucha complicación, pero hay que aprender a hacerlo”, comenta.

Hasta que vino a Europa, no conocía este fruto. En Colombia no existen los castaños, pues no crecen en los lugares de clima tropical. “No conocía las castañas y me parecieron muy ricas”. Con ese olor tan agradable, calentitas... ¿a que no puedes comer solo una?