a banda sonora del Corpus, la de las castañuelas que golpean con sus dedos las y los dantzaris, ha vuelto a resonar durante los últimos días en cada rincón de Oñati como anticipo a una de las jornadas más especiales del año. Su repicar, el tañido de las campanas, el aroma de los juncos fusionado con el olor a incienso..., junto con las caretas, túnicas, mantos...; todos los elementos del ritual procesional regresaron ayer a las calles, mientras los santos cobraban vida.

La pandemia ha silenciado la procesión durante los dos últimos años. Así que no era de extrañar que las ganas y la ilusión por recuperar toda la puesta en escena reinaran en el ambiente. En 2020 y 2021 la celebración ofreció una versión adaptada entre las cuatro paredes de la parroquia, aunque sin perder una de las notas distintivas que hacen único al Corpus oñatiarra: los dantzaris de Oñatz bailando en el altar. Precisamente, ayer se cumplieron 50 años de la primera vez que lo hicieron bajo el retablo mayor. Fue en 1972; entonces la lluvia provocó la suspensión de la procesión.

Oñati se vistió de gala para cumplir con esta tradición tan arraigada. Aguantando estoicamente el calor, San Miguel, patrón de la villa, -en su piel se metió Julen Kortabarria-, los doce apóstoles, los niños y niñas que han hecho la primera comunión, las imágenes trasladadas en andas, la banda de txistularis y la de música, los miembros de la Cofradía ... completaron su periplo por las calles, acompañados de los ocho dantzaris y su capitán, papel que por cuarto año consecutivo desempeñó Mikel Biain.

"¡Qué alegría volver a la procesión de siempre!", exclamaban entre el público, acaparado por la emoción de quien recupera algo preciado. La cita procesional salió redonda. Multitudinaria y bajo un sol de justicia, pero con temperaturas más llevaderas que en las jornadas precedentes. l