Se percibe demasiada obsesión política con el prohibicionismo y el aseguramiento de su cumplimiento pero poca atención a sus consecuencias.Sin duda, la convivencia necesita de normas, pero las prohibiciones deberían ser la última opción en lugar de la primera. Una valla y corte del camino por lo sano para acceder a la cala de Sagües, una puerta para cortar el Paseo Nuevo a vehículos, un montón de ertzainas para disolver a diez descerebrados que de madrugada les tiran botellas y de paso intimidar a otros 300 que están mirando y a alguno que pasaba por allí, prohibido tirarse al mar desde cualquier lugar que genere un poco de adrenalina, cortados al público 100 metros de acera y carril bici frente al María Cristina bajo las vallas publicitarias. Tampoco la práctica del parkour parece del gusto de la Corporación municipal.Los partidos de la Real, las regatas, la Quincena Musical, las películas del Zinemaldia o los picnic en Aiete están muy bien, pero hay más vida además de esa. La prohibimos.