El 15 de marzo de 2020 empezó una realidad menos común de la que estamos habituados. Nos sometimos a la primera cuarentena de nuestras vidas. Dada esta situación se decidió que las clases fueran en línea. ¿Cómo puede ser esto posible? Me sentí sorprendido y decepcionado al mismo tiempo. El hecho de que la universidad pública a la que acudo y la inmensa mayoría de centros educativos pensaran que todos los alumnos tienen acceso a un portátil, Internet y una webcam en sus hogares. ¿Qué se supone que tiene que hacer un alumno que no tiene esos privilegios? Con las bibliotecas cerradas y sin poder acudir a las clases ni entregar las tareas correspondientes. El esfuerzo de todo un cuatrimestre académico ha sido en vano. A lo mejor debería haber nacido hijo de Jaime de Marichalar para aprobar. Lo único en claro es que no suspendemos nosotros.