La sensibilización del Parlamento Europeo a raíz del escándalo de sobornos Catargate que implica presuntamente a Marruecos en la compra de voluntades de eurodiputados, permitió ayer aprobar el primer pronunciamiento de la Cámara en relación a la situación de los derechos humanos bajo el régimen de Mohamed VI. La resolución del Parlamento de Estrasburgo denuncia la restricción de libertades fundamentales e incide en el acoso y encarcelamiento que sufren varios periodistas en el país, además de instar a monitorizar su respeto a los derechos humanos. Tradicionalmente, el reino de Marruecos ha gozado del respaldo de los Estados europeos –con Francia y España a la cabeza– por su papel geoestratégico en la contención del yihadismo y la inmigración en el Mediterráneo. Esto le ha permitido disfrutar de un margen amplio de impunidad en la gestión de derechos y libertades que no se alinea con principios de las democracias europeas. El interés económico asociado a la explotación de los recursos pesqueros del banco sahariano y las materias primas de la plataforma continental han propiciado el paulatino abandono de la observancia de esos principios, cuyo episodio más reciente es el trompo de la posición histórica del Gobierno español y su dejación de responsabilidad con la autodeterminación del pueblo saharahui. Cuando la conveniencia entra en contradicción con la sustancia de la propia democracia y las condiciones que permiten asentarla en una sociedad se ven supeditadas a esos intereses, se alimentan las contradicciones que reflejó la Eurocámara: una votación masivamente respaldada por 356 parlamentarios pero rechazada por los eurodiputados del PSOE. La coyuntura ha jugado a favor del pronunciamiento, mientras se investiga la eventual participación de Rabat en el soborno a eurodiputados y el espionaje a políticos y periodistas europeos y marroquíes mediante el programa Pegasus. Pero no cabe perder de vista que, durante décadas, el régimen marroquí ha disfrutado del apoyo explícito de las diplomacias occidentales mientras bloqueaba la acción de Naciones Unidas en el Sáhara. Las condiciones de conveniencia que han animado a las diplomacias occidentales a ser tolerantes, cuando no conniventes, persisten más allá de este oasis de principios ofrecido por el Parlamento Europeo.