La victoria del izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva por un escaso porcentaje de votos, 50,89% frente al 49,11% del candidato liberal Jair Bolsonaro, abre en Brasil una etapa de incertidumbre dibujada por la ajustadísima victoria del candidato del Partido de los Trabajadores que afronta un histórico tercer mandato con el reto enorme de gobernar el gigante latinoaméricano marcado fuertemente por la polarización política y la fractura social. La vuelta de Lula imprime a Brasil un golpe de timón marcado por las políticas reaccionarias de su antecesor y que sitúa al ganador de las elecciones presidenciales ante el desafío de rescatar su país de los altos índices de pobreza y desigualdad así como la restauración de una democracia que ha instalado a Brasil en unos niveles de aislamiento hasta ahora desconocidos. En el plano político, Lula deberá enfrentarse además a un Congreso de fuerte matiz conservador al igual que el Senado y que será origen de la fuerte conflictividad política, visualizada en la campaña y trasladada a las instituciones que, en el plano social, tendrá su continuidad con Bolsonaro derrotado en las urnas pero latentes sus doctrinas en la esfera social. Sigue siendo una incógnita la reacción del ultraderechista, que en los primeros compases de la victoria de Lula, ha guardado silencio alargando una posible expresión de la falta de reconocimiento de los resultados de la segunda vuelta y pidiendo un nuevo recuento. El todavía mandatario del gigante latinoamericano, que ha salido victorioso en la mitad sur del país, ha optado por no pronunciarse sobre los resultados evitando, de momento, el previsible sello trumpista que le ha acompañado desde que asumió el poder pese a que la era Biden y el reconocimiento rápido de la victoria de Lula por gran parte de las potencias internacionales ha ejercido de contrapeso a una reacción favorable a la impugnación de los resultados en las elecciones del domingo. Pese a ser agónica, la victoria de Lula supone además y extramuros el reforzamiento de las victorias progresistas en la zona de influencia de América Latina. De hecho, Brasil se suma a las cinco mayores economías de la región capitaneadas por opciones de izquierdas como son Colombia, Argentina, México y Chile, sellando así el auge de victorias progresistas que permiten avanzar hacia políticas transformadoras en el centro-sur del continente. l