La economía mundial está desde hace un tiempo lanzando señales de alarma. Los principales indicadores confirman una desaceleración que ha puesto freno al crecimiento. La guerra en Ucrania ha hecho saltar por los aires las expectativas de recuperación tras la pandemia del covid-19. La inflación –que ya estaba dando signos de una subida constante– se ha desbocado y está suponiendo un factor de alta preocupación por sus repercusiones y ya está haciendo mella en hogares y empresas, sin olvidar los incrementos de la electricidad y los combustibles. En junio, el IPC en el Estado español superó por primera vez los dos dígitos (el 10,2%), el peor dato del incremento de precios en 37 años. De igual modo, la inflación en la zona euro está disparada, alcanzando el récord del 8,6%. También Estados Unidos sufre alzas importantes. Todo ello “demuestra la gravedad de la situación”, según reconoció la semana pasada Pedro Sánchez. Por primera vez, el presidente español quiso alertar a los ciudadanos. “Debemos prepararnos para cualquier escenario”, advirtió. La estudiada contundencia de la frase –nada habitual en Sánchez respecto a estas cuestiones– parece denotar una preocupación especial del Ejecutivo y un intento de poner la venda antes de la herida. El hecho de que esta percepción la haya trasladado el presidente en una entrevista y no en sede parlamentaria hace dudar, sin embargo, de sus intenciones últimas. Es verdad que algunas de las medidas puestas en marcha por el Gobierno para paliar los efectos de esta crisis han mitigado en cierto modo el impacto de la crisis, pero se impone una política más firme, más pegada al suelo de la economía real y consensuada. Sin mensajes catastrofistas que puedan después utilizarse políticamente, en función de si los augurios no son tan crudos, lo que se podría querer atribuir a la acción de gobierno. Con todo, habrá que convenir en que, en efecto, la situación es grave y puede empeorar en los próximos meses si el conflicto en Ucrania se alarga y Vladímir Putin continúa usando el gas y el petróleo como armas de guerra. Muchos economistas atisban ya un riesgo cierto de recesión a partir del otoño o principios del próximo año. Sería un escenario desolador que el Gobierno está obligado a atajar desde ya y que afectaría de forma grave a economías que, como la vasca, sigue presentando esperanzadores signos de crecimiento pese a las incertidumbres.