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ndo loco preparando una dichosa presentación en formato PowerPoint. Mi nula destreza tecnológica hace que lo que para el común de los mortales sea una labor sencilla, para mí sea una auténtica odisea. Que si la foto se ve borrosa, que si el texto no entra en los márgenes prefijados, etc. La cuestión es que llevo varios días preparando la presentación con la que pretendemos informar a los baserritarras sobre la nueva, una más, reforma de la PAC.

Este año la Política Agraria Común europea PAC cumple 60 años ya que fue impulsada allá por 1962, como imaginarán, en un contexto sociopolítico radicalmente diferente al actual donde, por cierto, se están dando los últimos coletazos de esta enésima reforma con la que se pretende afrontar el periodo 2023-2027.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, donde Europa quedó arrasada y sumergida en una profunda crisis económica, se adoptaron medidas que, a la postre, son el germen de la Unión Europea que hoy conocemos. Así, en 1958 se creó el Mercado Común en virtud del Tratado de Roma, donde el sector agrícola de los seis países fundadores se caracterizaba por una fuerte intervención estatal.

Como imaginarán, la intervención estatal chocaba frontalmente con la libre circulación de mercancías, por lo que se vio la necesidad de ir desmontando el andamiaje de mecanismos de intervención nacionales incompatibles con el mercado común y traspasarlos a escala comunitaria. He ahí el motivo fundamental de la creación de la PAC.

Como decía, el Viejo Continente estaba arrasado, una crisis económica inimaginable y la población empobrecida y hambrienta por lo que asegurar la provisión de alimentos para la gente era una de las prioridades de los gobiernos y de las instituciones europeas recién echadas a andar. Fomentar la producción de alimentos en la mayor cantidad posible y a precios asequibles fue en estos inicios la prioridad y, en ese sentido, los incentivos a la producción fueron por tonelada de cereal, leche o mantequilla y por cabezas en los subsectores ganaderos.

A lo largo de estas últimas 6 décadas, el nivel socioeconómico de Europa ha crecido exponencialmente hasta el punto de ser uno de los pilares del primer mundo donde la seguridad alimentaria, entendida como la provisión suficiente de alimentos, no es prioritaria ni para la población ni para sus dirigentes que la fían, en gran medida, a los alimentos importados de aquellos países más o menos pobres que conforman eso que venimos llamando coloquialmente el segundo y tercer mundo.

La actual Unión Europea, permítanme la expresión, tiene un problema de ricos. No les falta lo básico para alimentarse, principalmente porque lo importa, y ahora está más preocupada de si el paisaje es lo suficientemente bonito, si los montes están cuidados para poder hacer carreras de montaña o salir con la mountain-bike o si los bichitos que conforman la biodiversidad tienen la atención que requieren, mientras, lamentablemente, no está preocupada por si sus agricultores, ganaderos y forestalistas producen alimentos y madera sino más bien por si cuidan el territorio y le proporcionan así, esas externalidades y servicios medioambientales que tanto valora. Tanto es así, que en la reforma que se está tramitando, el 42% del gasto será medioambiental

Como les decía al inicio del escrito, comenzamos una ronda de charlas informativas por las diferentes comarcas de Gipuzkoa para dar a conocer, principalmente a los baserritarras, pero también a otras personas y entidades estrechamente vinculadas al sector primario, las líneas maestras de la nueva PAC diseñada para el periodo 2023-2027.

Las ayudas directas integradas en la PAC suponen, aproximadamente, entre un 20% y un 30% de los ingresos de los productores de los subsectores admitidos (subsectores ganaderos salvo equino, porcino, cunícola y aviar y, por otra parte, los cerealistas) por lo que, con toda rotundidad, podemos afirmar que las ayudas, además de constituir una red de seguridad para que los productores puedan sobrevivir (no olvidemos nunca que, aún con las ayudas, la renta de los agricultores europeos es un 30% menor a la media de la renta europea), son en muchos casos el equivalente a la rentabilidad que obtienen.

En definitiva, las ayudas al sector primario no son más que una ayuda al consumidor final que es el que, sin percibirlo, disfruta y consume los alimentos a un módico precio que, en caso de que se eliminasen dichas ayudas, serían inasequibles por sus altos precios.

Por tanto, aclarada la importancia de las ayudas para nuestros productores no es menos cierto que ni podemos hacer experimentos con las normativas de la PAC, los experimentos con gaseosa, ni debiéramos obsesionarnos con las ayudas directas descuidando el restante 80% de los ingresos agrarios que provienen del mercado.

Ahora bien, puestos a hablar de lo relativo al 80% que proviene del mercado, no quisiera terminar mi filípica de hoy sin comentar la actitud de muchos gobiernos, que se escudan tras la política europea, para desviar la atención de una más que evidente ausencia de política agroalimentaria propia. Frecuentemente resulta más sencillo hablar de lo mal que lo hacen los lejanos mandamases de la Comisión Europea que fijar la lupa en la clamorosa ausencia y absentismo de los propios.

Por cierto, y ahora sí que acabo, esta semana se acaba de aprobar la subida del SMI hasta los 1.000 euros, un acto de justicia social que afectará muy mucho a los agricultores que, en el momento actual, paradójicamente verán cómo sus empleados cobran tanto o más que ellos mismos. Paradojas de la vida.