a decisión del Ayuntamiento de Amsterdam de frenar la construcción de nuevos hoteles, salvo que suponga "un valor añadido para un barrio que esté siendo renovado o ampliado" -lo que significa vetar la instalación de nuevos establecimientos en los distritos centro y oeste, que son los más turísticos y reducir las aglomeraciones, el ruido y las molestias que originan los miles de visitantes que acuden a esta ciudad-, ha vuelto a poner encima de la mesa la necesidad de que en Donostia se empiece a interrogar sobre qué modelo de ciudad turística se quiere y si es necesaria una moratoria en la construcción de nuevos alojamientos, antes de llegar a un punto de saturación y no morir de éxito.

La decisión adoptada por el Consistorio de Amsterdam, que se ha aplicado ya esta semana y que va a impedir el establecimiento de 20.000 nuevas habitaciones hoteleras, se asemeja a la aprobada por el Ayuntamiento de Barcelona, que limitó la apertura de nuevos hoteles, hostales, pensiones y albergues en la ciudad. La medida ha supuesto un descenso en la oferta de nuevas camas, que ha pasado de un aumento del 20% que se registraba en 2017, año de su promulgación, a un crecimiento anual del 1% en los cuatro años de su vigencia. Lo que ha provocado evitar un colapso y una sobresaturación de la oferta hotelera y, en consecuencia, una degradación de la calidad de Barcelona como destino turístico.

Salvando las distancias, en Donostia se puede llegar a una situación similar si no se aplican medidas que favorezcan un crecimiento sostenible de la oferta hotelera para evitar dañar su imagen como un destino turístico de prestigio que permite la conciliación y la convivencia con sus habitantes, manteniendo la calidad de vida de la ciudad y su propia identidad.

Una desaforada oferta hotelera que sobrepase a la demanda no solo provoca un aumento de la competencia y una reducción de precios y, en consecuencia, una disminución de la rentabilidad de las inversiones hoteleras que en los últimos años se han registrado en Donostia, sino también una importante depreciación del nivel económico del visitante que llegue a la ciudad, con todo lo que ello supone de masificación y afectación importante al bienestar y la calidad de vida de sus habitantes. En este sentido, Barcelona y Bilbao deben ser el espejo donde mirarse para no caer en la tentación.

En los últimos seis años se han concedido en Donostia un total de 36 licencias de nuevos hoteles y, en el conjunto de Gipuzkoa, el número de establecimientos de alojamiento, en el que se incluyen también hostales, pensiones y alberges, ha pasado de los 241 existentes en 2015 a los 290 registrados en 2019, a los que hay que añadir algunos más que se han incorporado en el último año y medio, a pesar de los efectos que han tenido en el sector turístico las restricciones a la movilidad que se han producido a causa de la pandemia. Aproximadamente, dos terceras partes de esos establecimientos se encuentran en Donostia.

En este momento, cuatro hoteles se encuentran en construcción en Donostia y otros cinco se encuentran en trámites para el inicio de las obras, curiosamente dos de ellos, en edificios que han sido hasta hace muy poco centros escolares regentados por órdenes religiosas. Aunque pueda parecer extraño, no son casos aislados. En los dos últimos años se han incorporado al parque de alojamientos donostiarras establecimientos que antes eran conventos de monjas, un colegio religioso femenino y dos edificios pertenecientes a la Diócesis de San Sebastián.

El importante desarrollo turístico que ha tenido Donostia en los últimos años y que ha hecho que se convierta en foco de importantes inversiones en hoteles y en otras actividades relacionadas con el sector, ha provocado cierto efecto negativo en la calidad de vida de sus ciudadanos, que genera algunas cuestiones que hay que plantear y tener en cuenta. Por ejemplo, la pérdida de identidad de algunas zonas de la ciudad, que se han convertido en una especie de parque temático, poniendo en desuso costumbres y formas de actuar populares; el descenso de la calidad de la oferta; la deficiencia en la prestación de servicios públicos, tanto de gestión institucional como privada; el incremento de los precios y, lo que es peor, la gentrificación de algunas áreas de Donostia. Un proceso que ya lo estamos viendo en ciudades cercanas como Biarritz, donde los habitantes oriundos se están viendo desplazados porque las viviendas que podían ocupar son compradas por personas venidas de fuera con un nivel adquisitivo superior.

Un descenso en la calidad provocada por una oferta hotelera sobredimensionada y no acorde con los parámetros de un turismo sostenible y garante del bienestar de la ciudadanía, con todo lo que ello supone de masificación y uniformización de los otros tres puntales de este sector como son la gastronomía, hostelería y el comercio, puede ser el resultado de la falta de de desarrollo de un modelo de turismo propio de Donostia.

No se percibe por parte de las instituciones municipales una excesiva preocupación sobre esta necesidad, salvo la decisión de suspender la concesión de licencias en el año 2020 hasta el pasado mes de marzo, para la construcción de nuevos hoteles en determinados barrios como Centro y Gros, como respuesta a la demanda que agentes sociales, movimientos vecinales y algunos grupos políticos realizaron en este sentido. En abril de este año se cambió el concepto y el gobierno municipal aprobó unas normas urbanísticas, dentro del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), que impiden que la actividad hotelera en esas zonas, más el barrio del Antiguo, no debe superar el 25% de la superficie destinada a usos terciarios. La Parte Vieja está excluida porque es una zona saturada con más del 30% de su superficie terciaria destinada a actividad hosteleras y de alojamiento.

De la misma forma, es necesaria también la puesta en marcha de medidas para garantizar el posicionamiento de Donostia como un destino de excelencia gastronómica mundial desde la innovación, el emprendizaje y el relevo generacional en toda su cadena de valor, que se presentan como un auténtico reto al que es necesario dedicarle todos los esfuerzos, si se quiere que siga siendo no solo una de la señas de identidad de la ciudad, sino también uno de sus grandes atractivos turísticos.

La elaboración del Plan Estratégico 2030, que el Ayuntamiento de Donostia está sometiendo a debate y consideración por parte de los distintos agentes económicos y sociales de la ciudad, puede ser una magnífica oportunidad para sentar las bases de ese modelo de turismo sostenible que se quiere para la capital donostiarra y evitar las consecuencias negativas que hemos visto en otros destinos turísticos. En el sector ya hay voces que están planteando la necesidad de establecer una moratoria de cinco años en la concesión de licencias para la construcción de nuevos hoteles con el fin de frenar un desarrollo que parece no tener fin y que, a la postre, no solo va a perjudicar a los inversores de estos negocios, sino también, y lo que es más grave, a la propia ciudad y sus habitantes. Más vale prevenir...

En el sector ya hay voces que plantean la necesidad de fijar una moratoria de cinco años en la concesión de licencias para la construcción de nuevos hoteles