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l 22 de julio asistí, virtualmente, a la presentación del Anuario de la Agricultura y Ganadería Familiar de la UPA coordinado, entre otros, por mi amigo, el sabio Eduardo Moyano. El Anuario es un encomiable trabajo de reflexión y debate agrario y rural, donde participa lo más granado del sector y esta edición, como no podía ser de otra forma, recoge un artículo sobre la ganadería de la cornisa cantábrica firmado por este juntaletras que, gracias a Dios, queda camuflado entre tanta voz experta.

Mi agradecimiento a Eduardo y por extensión a los señores de la UPA que han permitido recoger mi opinión personal que, en su día a día, es un asalariado de una organización de la competencia. Gracias, de todos modos.

En el transcurso de dicha presentación, el ministro Luis Planas hizo un somero repaso de los trabajos desplegados en las negociaciones de la PAC tanto a nivel europeo como estatal, además de dar cuenta de sus principales directrices.

Planas soltó una perla que, sorprendentemente, ha pasado desapercibida para la prensa especializada y que a mi entender puede ser un importante paso adelante, puesto que el ministro adelantó que próximamente presentará un proyecto legislativo fijando límites de cabezas a las explotaciones de vacuno con el objetivo de impedir la proliferación de lo que, popularmente, denominamos "macrogranjas".

Con el alma constreñida por los proyectos de macrogranjas como la lechera de Soria o la de carne que se plantea en Aragón, ambos proyectos con impulsores navarros, creo que la determinación ministerial de evitar, al menos dificultar, este tipo de macrogranjas supone un decidido avance en la dirección correcta, que no es otra que la apuesta por la agricultura familiar dispersa y diseminada, a lo largo y ancho de todo el territorio.

Un territorio vivo, con servicios (educación, sanidad, cuidados, cultura, etc.), economía diversificada, equipamientos, infraestructuras de transporte para así impedir que estas macrogranjas sean erróneamente percibidas como la única solución a sus problemas.

La creciente concentración de la producción en unos pocos puntos es algo preocupante, bien sea desde el punto de vista del desarrollo rural, como de la economía rural y su equilibrio medioambiental, pero quisiera destacar en esta ocasión que estas macrogranjas son verdaderas bombas de relojería bajo la mesa desde el punto de vista productivo y, más concretamente, desde el punto de vista de la sanidad animal.

Ahora bien, recuperando uno de mis dichos populares preferidos "hay mucho trecho entre calvo y cuatro pelucas", no es menos verdad que las dimensiones productivas que la realidad del mercado nos sugieren o imponen distan mucho de la dimensión idealizada, bucólica e irreal que las gentes más alejadas del sector primario asocian con la agricultura familiar.

Salvadas las excepciones o casos minoritarios que combinan la producción animal (carne y/o leche) con algo de transformación o con otras producciones agrícolas, la realidad del día a día nos muestra que la dimensión de las explotaciones va creciendo de forma inversamente proporcional a la reducción del margen unitario por kilogramo de carne o litro de leche.

Por eso mismo, con la misma rotundidad que rechazo esas macrogranjas, defiendo y abogo por unas explotaciones familiares pero profundamente profesionales y que, por lo tanto, requieren de una dimensión y una organización del trabajo que dista muy mucho del estereotipo de ganadero mayor pastoreando cuatro o cinco vacas en una alejada aldea de la montaña pero que, seguramente, recabará el rechazo del consumidor más happyguay.

Por cierto, sabedoras de este fenómeno, algunas marcas lácteas recurren a la imagen de un joven ganadero, de cara sonrosada, mofletudo, con la típica camisa de cuadros y situado en unas bellas praderas, y así se alejan de la imagen de la macrogranja que tanto rechazo suscita entre los consumidores.

La realidad en el sector primario, al igual que otros muchos aspectos de la vida, es imperfecta, con aristas e incoherencias, y al sector productivo familiar profesional le ocurre otro tanto, puesto que ni es lo suficientemente eficaz ni eficiente como la industria y/o distribución requieren, ni es lo suficientemente bonito ni ecológico como algunos consumidores, bienintencionados, eso sí, quisieran.

Ahora bien, volviendo al ministro y a las líneas directrices del Plan Estratégico de la PAC que dice haber acordado con los consejeros autonómicos, leyendo el documento resultante queda más que patente la necesidad de modificar determinados apartados con el objetivo de priorizar y primar al sector productivo profesional.

Habrá que definir cuáles son los rasgos que lo caracterizan y los condicionantes exigibles para ser considerados como profesionales (cotizantes de la Seguridad Social, ingresos del mercado, etc.), además de utilizar el pago redistributivo para primar al profesional. Pero debiera quedar meridianamente claro que la prioridad son aquellos que no tienen más actividad que la agropecuaria.

Si además hubiese fondos, apóyese al sector pluriactivo con dimensión agropecuaria suficiente pero, a falta de recursos suficientes para todos, impidamos que se aminore el apoyo a los profesionales.

Cara al nuevo curso que comenzará en septiembre, no me cabe la más mínima duda de que usted, señor ministro, logrará el acuerdo, puesto que en eso, usted es "un pofesional". Esperemos que el acuerdo no sea a costa del profesional.