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omo se habrán percatado, a lo largo del año se celebran cientos, cuando no miles, de días internacionales con motivos lo más dispares y estrambóticos que se le pueda ocurrir a uno. Hace bien poco supe que hasta uno de mis platos preferidos, la ensaladilla rusa, tenía su propia efeméride, concretamente el 14 de noviembre, aunque este juntaletras lo celebre a lo largo y ancho del año cuantas veces pueda.

Hablando de efemérides, les recuerdo que el 21 de marzo suele celebrarse el Día del Árbol, un día señalado en el calendario en el que muchos centros escolares y no menos ayuntamientos se lanzan en tromba a plantar arbolitos a doquier para cumplir con el rito y mostrar su firme compromiso medioambiental. Ahora bien, en la inmensa mayoría de las ocasiones, el compromiso dura lo que se tarda en recoger y guardar los aperos utilizados y así, los arbolitos de marras acaban secándose o muriendo a los pocos meses.

Quizás piensen que con plantar se acaba la tarea. Ingenuidad o ignorancia a partes iguales, diría yo. Más aún si conoces los interminables trabajos y tareas forestales que ejecutan los propietarios forestales, muchos de ellos baserritarras, desde que un día deciden plantar hasta que a los años, décadas en la mayoría de los casos, llega el momento de la corta.

Pues bien, en la actualidad, con un sector forestal duramente castigado por la banda marrón que afectó a un porcentaje importante de las plantaciones de pino insignis, la polémica de impulso político se ha apoderado del debate forestal con las plantaciones de eucalipto como punta de lanza, la gestión forestal como tema en cartera y la propiedad de los montes como verdadero objetivo final.

Me explico. Partamos de la base de que la superficie arbolada en Euskadi abarca aproximadamente el 54% del territorio, con 396.962 hectáreas, uno de los ratios más altos de la UE. Mientras en Gipuzkoa y Bizkaia la inmensa mayoría de los bosques es de propiedad privada, la cosa cambia en Araba, donde los montes públicos tienen una fuerte presencia. Del total, aunque sea un dato que se obvia deliberadamente, el 53,5% son frondosas y el 46,5% restante, coníferas. De éstas últimas, cabe destacar el pino insignis, con un 26% en Gipuzkoa, y un 38% en Bizkaia, frente al 6,5% de Araba mientras la especie maldita, el demonio disfrazado de árbol según sus incansables enemigos, el eucalipto, supone un 0,7% en Araba, un 0,8% en Gipuzkoa y un 13% en Bizkaia.

Si nos fijamos en las cortas y repoblaciones forestales que se dan año a año, comprobaremos cómo son las coníferas, dado su menor turno de corta, las que generan una mayor actividad en el monte y una mayor economía vinculada a sí misma lo que, al parecer, provoca que sean el caballo de batalla de colectivos medioambientalistas.

Pues bien, en estos momentos, mientras una gran parte de los propietarios forestales se encuentran totalmente desnortados al no saber qué hacer en sus fincas mientras ven que la banda marrón acaba con su proyecto forestal en el que han trabajado durante años, nos encontramos que en Euskadi se han talado, entre los años 2018-2020, unas 10.000 hectáreas de pino insignis que han sido repobladas por muy diversas especies, entre las que destaca el eucalipto, con un 40% de las repoblaciones, de las que aproximadamente un 75% son en Bizkaia.

Del mismo modo, conviene destacar el importante e inquietante número de hectáreas sin repoblar que, sólo en Gipuzkoa, en el periodo 2018-2020, han alcanzado las 6.912 hectáreas, lo cual tiene como consecuencia que el territorio de Gipuzkoa pierde anualmente 1.400 hectáreas de masa forestal a consecuencia del progresivo abandono de la actividad.

Por otra parte, no quisiera liarles más con cifras y porcentajes cuando lo realmente reseñable es que en Euskadi, estos últimos años, se está gestando una verdadera plataforma de combate contra la actividad forestal que se inició contra lo que ellos denominan el monocultivo del pino insignis y que, tras la pandemia de la banda marrón, en vez de centrarse en la eficaz lucha contra la enfermedad, haciendo leña del árbol caído, se ha centrado en la especie del eucalipto, aún sabedores de que tiene una presencia menor de un 1% tanto en Gipuzkoa como en Araba.

Los colectivos anti-eucalipto, de la mano de algunos partidos políticos que están ejerciendo, pueblo a pueblo, una presión asfixiante para que se prohíba la plantación de dicha especie, lo tienen meridianamente claro. Si bien su estrategia les lleva a mostrar sus objetivos de forma escalonada para no escandalizar a ningún posible apoyo, el resto de la gente, entidades, partidos políticos e instituciones públicas que se puedan sentir atraídos por dicha música celestial y por no ser tildados de enemigos del medio ambiente, deberían tener igualmente claro que su objetivo no es otro que dificultar la actividad de los propietarios forestales actuales, desmotivarlos y empujarlos al abandono, avanzar en la publificación de los montes y de las masas forestales mediante la compra de monte por parte de instituciones y, lo más importante, limitar la función de los bosques y masas forestal, única y exclusivamente, a su función medioambiental para lo que resulta imprescindible erradicar cualquier conato de actividad forestal entendida como actividad económica.

En definitiva. Nuestros muebles de plástico, nuestras casas de hormigón, nuestros papeles con celulosa sudamericana... pero, eso sí, nuestros montes abandonados, creciendo espontáneamente y generando biodiversidad a mansalva. Eso sí, medioambientalmente, castos y puros.