e veía venir. La posición zigzagueante que históricamente ha mantenido ELA en sus relaciones con LAB a la hora de establecer una alianza de acción estratégica común en defensa de los intereses de los trabajadores vascos ha tenido su epílogo y no, precisamente, amistoso. Y el problema es que no se trata de uno de los innumerables desencuentros y divergencias que los dos sindicatos han mantenido desde hace 20 años, cuando rompieron la unidad de acción que cinco años antes sirvió de base para cristalizar el Pacto de Lizarra, sino de que se ha abierto una gran brecha entre las dos centrales sindicales que va a tener una difícil reparación.

La gota que ha colmado el vaso ha sido la negativa de ELA a que LAB continuara en la alianza que los dos sindicatos abertzales mantenían con los centrales soberanistas de Galicia y Catalunya, CIG y CSC, respectivamente, y que se ha vuelto a reactivar esta semana para impulsar una campaña conjunta de movilizaciones a favor de la derogación de la reforma laboral y de una negociación colectiva en un marco territorial y no desde parámetros estatales, así como frenar los despidos colectivos que pueden materializarse con el fin de los ERTE que se han implementado con motivo de la pandemia.

ELA ha bloqueado la presencia de LAB en esta alianza intersindical galeusca, en la que la central de Garbiñe Aranburu ha formado parte desde su inicio firmando compromisos con el resto de los sindicatos presentes, sin que hasta el día de hoy hubiera ningún elemento que objetar, salvo la renuencia en algunas ocasiones de la organización liderada por Milkel Lakuntza para engrasar una iniciativa que se presentaba como una alternativa de acción al sindicalismo estatal.

Resulta sorprendente cómo ELA ha justificado este veto a LAB basándose en el argumento de que el sindicato de Garbiñe Aranburu ha buscado coincidencias en la acción sindical con CCOO y UGT, el no cuestionamiento de la política que está realizando EH Bildu en Madrid y en Navarra y, lo que es más grave, "su interés en alejar el debate de las necesidades reales de la clase trabajadora", atribuyéndose un pretendido papel de árbitro de la situación y de tener una supuesta patente de corso para discernir cuál es la mejor organización que defiende a los trabajadores.

Una muestra más de la arrogancia con la que ELA actúa desde hace décadas, sobre todo desde antes de que Jose Elorrieta abandonara la secretaria general, contra todo aquel que no coincida con sus planteamientos o visión de la realidad, y que, llevado al campo de la competencia entre organizaciones sindicales, se traduce en un intento permanente de recordar a los demás su posición hegemónica.

Y en este escenario, donde, por encima de todo, priorizan de manera clara los intereses del sindicato, ELA está buscando trasladar al ámbito sindical lo que está ocurriendo en el marco político en la CAV, en donde las dos formaciones abertzales, como son el PNV y EH Bildu, han roto todos los puentes y están protagonizando una confrontación permanente que no tiene visos de tener un fin por el momento.

Ante la posibilidad de que LAB pudiera alcanzar un mayor nivel de influencia social por el peso que EH Bildu está teniendo en Madrid y las relaciones con el Gobierno de Sánchez y otros partidos del arco parlamentario estatal, sobre todo en las actuales circunstancias donde se están planteando cuestiones tan vitales para los trabajadores como la derogación de la reforma laboral, la reforma de las pensiones, el fin de los ERTE, etc., ELA ha dado este golpe de timón ante una posible reducción de su nivel de protagonismo y ver peligrar cierto grado de centralidad en el sindicalismo vasco.

Sin embargo, esta decisión deja a ELA en una situación de ausencia de interlocución, que si en el plano político era ya evidente, ahora lo va a ser más en el sindical, en lo que se refiere a las centrales de referencia en Euskadi. Quizás lo que pretenda sea erigirse en la única organización del país incólume a cualquier desgaste provocado por el ejercicio institucional, político o sindical, con la capacidad suficiente para lanzar opinión y discernir entre las buenas y malas praxis, sin que por su parte se conozcan propuestas de calado que sirvan para mejorar la actual situación.

Cuando lo que se está viendo no va en la dirección acorde con los planteamientos que se entienden como correctos, lo pertinente es plantear propuestas alternativas que generen un debate para impedir que en un proceso de debate social puedan producirse situaciones impuestas que, difícilmente, pueden ser neutralizadas, sino es mediante la acumulación de fuerzas entre distintas organizaciones. Una estrategia en la que ELA parece que nunca ha estado a gusto.

Hasta ahora ELA no ha mostrado ningún interés en poner en marcha en el ámbito vasco estrategias conjuntas como la formación de acuerdos intersectoriales a nivel sindical para dotar de fortaleza a la interlocución con el Gobierno Vasco y la patronal y dar mayor peso a las demandas de los trabajadores, así como para plantear desde Euskadi una nueva manera de enfocar la derogación de la reforma laboral, sobre todo en lo que se refiere a la negociación colectiva y a la eficacia de los convenios, así como la reducción de jornada o la reforma de las pensiones. Desde hace mucho tiempo, la reivindicación del Marco Vasco de Relaciones Laborales -es decir hacer que la normativa laboral tenga que ver con la situación de los trabajadores de este país y no venga impuesta desde Madrid, por ausencia de competencias en esta materia del Gobierno Vasco-, no parece que forma parte del discurso de ELA.

Lo que está claro es que la mayoría sindical vasca, pivotada en torno al eje ELA-LAB, ya forma parte de la historia. Una oportunidad histórica que se ha perdido por intereses estratégicos en un momento crucial, en el que se están discutiendo asuntos claves para el futuro de los trabajadores.

Es una muestra más de la arrogancia con la que ELA actúa desde hace décadas contra todo aquel que no coincida con sus planteamientos o su visión de la realidad