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resumen de ser la primera democracia y el mejor país del globo pero la verdad es que los Estados Unidos de Norteamérica están ofreciendo, en vivo y en directo, un lamentable espectáculo, más propio de una república bananera tan característica en la literatura iberoamericana.

Ahora bien, siendo justos, creo que es conveniente acotar las responsabilidades en unos pocos elementos y, particularmente, fijar la diana en las espaldas del payaso mayor, Donald Trump, pero sin olvidar la tropa republicana, su partido, que le respalda o al menos no le recrimina su actitud tan dantesca como peligrosa. Quizás, temerosos de la pataleta del niño grande, han optado por respaldarlo, aun temporalmente, antes que desairarlo públicamente y que en una de sus rabietas descomunales opte por presentarse por libre a las próximas elecciones.

La cuestión es que, salvo los propios votantes de Trump y cuatro secuaces que le respaldan en el resto del globo, el mundo mundial sintió un gran alivio cuando conoció la victoria definitiva del demócrata Joe Biden. Quizás, teniendo en cuenta las altas expectativas generadas, nos peguemos un golpe al caernos del pino cuando veamos que el cambio de inquilino del despacho oval no es tal y como lo esperábamos.

Ahora bien, para evitar frustraciones, recomendaría comparar a Biden con lo realizado por Trump y no con las expectativas. Biden ha comenzado a mostrar sus primeras cartas y los primeros nombres de su gabinete. La elección del multilaterista Anthony Blinken como nuevo secretario de Estado, ministro de Exteriores en nuestra jerga, nos hace pensar que Estados Unidos dejará de lado la política bilateral y volverá a los foros y acuerdos multilaterales abandonados esta última legislatura.

La globalización, mejor dicho, los excesos de la misma y sus consecuencias en la economía y especialmente en las clases trabajadoras de algunos estados dieron la victoria a Trump en el año 2016 puesto que fue él, al parecer, el único que supo interpretar lo que estaba ocurriendo en su país. Ante ello, el proteccionismo, al grito de America First, y la relocalización de las industrias han guiado la estrategia impulsada por Trump que, gracias a Dios, no ha obtenido los réditos necesarios.

La pandemia del COVID-19, con la restricción total y/o parcial de todo tipo de movimientos, tanto de personas como de mercancías, ha mostrado las costuras del sistema económico mundial y, si acercamos la mirada a lo más próximo, la propia UE ha lanzado la primera advertencia sobre la debilidad de su sistema industrial dependiente, en gran medida, de suministros de materias primas, proveedores de piezas, etc. de otros países y continentes.

La Comisión Europea (CE) presentó en marzo, en pleno bombazo de la primera ola del covid, lo que ha calificado como nueva estrategia para ayudar a la industria europea a realizar la doble transición hacia la neutralidad climática y el liderazgo digital.

Tal como explicita la comisión, con esta estrategia se pretende estimular la competitividad de Europa y su autonomía estratégica en un momento de desplazamiento de las placas geopolíticas y de aumento de la competencia mundial.

Es decir, sin llegar a promover el proteccionismo trumpiano, sí que recurre a diferentes eufemismos para, en realidad, hablar de una relocalización de ciertos procesos industriales, una vuelta a casa y con ello, un acercamiento de esos procesos y proveedores hacia la localización de la empresa matriz.

Ahondando en esa idea, esta misma semana la Comisión Europea, con los estados miembros volcados en la tarea de disponer de suficientes medicamentos, vacunas, mascarillas y demás material sanitario para su población, ha presentado su estrategia para impulsar la industria farmacéutica a fin de disminuir su dependencia con respecto a China o India.

Lo que no acabo de ver, lamentablemente, es una estrategia europea para impulsar su autonomía alimentaria y tampoco que la CE tome conciencia de su importante grado de dependencia alimentaria con respecto a países terceros.

Situación, por otra parte, que puede verse agravada tanto por pandemias como la actual como por otras causas climatológicas, medioambientales, etc. con consecuencias sobre nuestras importaciones de materias primas que pueden resultar dramáticas.

Según un informe publicado por Eurostat, el servicio estadístico de la UE, en septiembre de 2019, la UE era el primer exportador de productos agroalimentarios con un total de 138 billones de euros en 2018 mientras las importaciones alcanzaron los 116 billones.

Por otra parte, según otro informe del mismo servicio, la exportación de productos agroalimentarios ocupa el cuarto lugar tras la maquinaria, otros productos manufacturados y los productos químicos, y su evolución en los últimos cinco años apenas sube en un 0,2% del 7,4 al 7,6% mientras las importaciones se mantienen estancadas en quinta posición con el 6,1%, es decir, la balanza nos es favorable en un escueto 1,5%.

Ahora bien, suelen decir que el demonio habita en los detalles y, dado que no es una cuestión menor, conviene traer al centro del tablero que el 10,8% de las importaciones son productos destinados a la alimentación animal, tales como tortas oleaginosas y la denostada soja. Según el informe de la propia Comisión, son estas dos producciones el verdadero talón de Aquiles de la ganadería europea y, muy especialmente, en los sectores porcino, aviar y vacuno de leche.

Por ello, hablando de estrategias europeas y en un momento en el que cada país está elaborando su correspondiente plan estratégico, mucho me temo que este déficit de proteína para alimentación animal no está recabando la atención ni las medidas pertinentes para afrontar dicho reto y pasar de la actual dependencia a una futura autonomía y, ¿por qué no?, a una hipotética soberanía proteica.