a fusión de Caixabank y Bankia, por absorción de la primera sobre la segunda, ha puesto de relieve algunas paradojas impensables hace unos meses, sino hubiera sido por la aparición del COVID-19 y los efectos tan nefastos que está teniendo en todos los niveles de la economía, como es el impulso que los órganos reguladores financieros están realizando por estimular las integraciones entre entidades financieras, cuando hace menos de una década trataban de evitar estos procesos por el gran riesgo sistémico que presentaban en situaciones de crisis, obligando los Estados a intervenir y acudir a su rescate con dinero público.

Ahora los responsables del Banco Central Europeo (BCE), de la Reserva Federal de Estados Unidos o del Banco de España están propugnando que la mejor manera de apuntalar la solvencia del sistema financiero es a través de un aumento de tamaño de las entidades para que estén mejor gestionadas, más controladas y sean más solventes al estar más capitalizadas.

No deja de ser una respuesta a un modelo de banca tradicional que está siendo cuestionada por el abaratamiento del precio del dinero que están impulsado los reguladores, reduciendo a tales niveles los márgenes financieros que solo la gestión de grandes masas de dinero permite la consecución de beneficios. Sin embargo, a día de hoy, nadie se está planteando un cambio de modelo para dar respuesta a nuevos competidores como las fintech, entidades que ofrecen y prestan servicios financieros desde soportes digitales, y nuevos productos financieros.

Y todo ello en un escenario de travesía del desierto de una crisis económica que discurre de manera plana sin que se atisbe un repunte en el horizonte en un escenario que en los próximos meses va a estar plagado de insolvencias empresariales, aumento de la morosidad, altos niveles de desempleo, mayor gasto público en asistencia social y menor recaudación fiscal.

El baile de las fusiones ya ha empezado situando en Catalunya el mayor banco español al que seguirá otro catalán como el Sabadell que, según los expertos, debería de integrarse con una de las dos grandes entidades financieras estatales como son el Santander o BBVA.

Lo que está claro es que Caixabank se ha llevado el gato al agua después de dos intentos de hacerse con Bankia en 2017 y 2018, que no cuajaron por la resistencia a la integración del PP, entonces en el Gobierno de Madrid, y tras la negativa del Sabadell a una fusión entre los dos bancos catalanes que estuvo encima de la mesa hace unos años.

Mientras los catalanes lo intentaron desde una perspectiva de visión económica de futuro y de país, en Euskadi, que se sepa, ningún agente financiero vasco, salvo Laboral Kutxa, que integró a Ipar Kutxa en 2016, tras el intento fallido de Bankoa en 2011 y que fue abortado por su matriz Crédit Agricole -más interesado en resolver los problemas financieros derivados de la crisis del euro, que de dar fortaleza a su filial-, ha estado interesado en llevar a cabo operaciones de fusiones para ganar en dimensión y solvencia y contar con un músculo financiero tan necesario para la economía vasca.

Es más, Euskadi ha sido un territorio propicio para la compra como fue la adquisición del Banco Guipuzcoano por parte del Banco Sabadell en 2010, a pesar de que hubo algún intento de aumentar de manera importante el peso de Kutxa en la entidad que no fructificó, y hace tan solo dos meses el anuncio de la operación de la gallega Abanca que se hace con Bankoa para fortalecer su presencia en este país.

La operación desde el punto de vista de Abanca es perfectamente lógica por su reducida presencia en Euskadi y por la complementariedad que le ofrece Bankoa en los segmentos de gestión de patrimonio y de empresas que conforman el núcleo duro de su actividad, pero desde una óptica vasca cuesta entenderla porque la filial de Crédit Agricole es un banco pequeño que siempre ha estado muy bien gestionado y ofreciendo unos buenos resultados aportando muchas satisfacciones a la matriz.

La decisión de la dirección de la Caisse Regionale de Crédit Agricole Mutuel de Pyrénées Gascogne de deshacerse de Bankoa ha causado mucha sorpresa porque es una entidad rentable que ha sabido sortear de manera eficiente la crisis y porque por su condición de formar parte del grupo financiero galo, que es el segundo banco europeo con alrededor de dos billones de activos totales, le permitía contar con un alto nivel de competitividad respecto a sus rivales al poder acceder a los grandes mercados internacionales en mejores condiciones.

Los propietarios de Bankoa deberían de explicar las razones de su venta a Abanca y los motivos por los que, siendo una cooperativa financiera, no se ha intentado establecer relaciones con otras entidades que cuentan con la misma personalidad jurídica en Euskadi y que habría dado lugar a un mayor peso de la filial en la resultante, en vez de diluirse en un banco sin apenas presencia y actividad en Euskadi.

Precisamente, la presencia de Crédit Agricole en Bankoa hubiera permitido a la filial vasca ser palanca de una alianza transfronteriza, desde el sudoeste francés hasta La Rioja, de aquellas entidades financieras que tienen su centro de decisión en Euskadi para crear un nuevo banco fuerte y sólido, comprometido con su desarrollo y progreso y recuperando su papel en la economía productiva del país, así como ser polo de referencia interregional en el marco europeo y poseer una gran proyección internacional.

Una operación de este tipo entra dentro de los objetivos de la UE de crear grupos financieros transnacionales que permitan diversificar riesgos y evitar problemas de competencias. Una nueva oportunidad pérdida para adquirir mayor fortaleza financiera y económica en Euskadi y que deja a este país con unas entidades con poco peso en tamaño y dimensión teniendo en cuenta el escenario que se está preparando.

Los propietarios de Bankoa deberían de explicar las razones de su venta a Abanca y los motivos por los que no se ha intentado establecer relaciones con otras entidades