n los 23 días que llevamos de estado de alarma y de práctica paralización de la actividad económica, salvo los sectores llamados esenciales, las dispares reacciones que se están produciendo en las distintas administraciones para responder de la manera más eficaz a una crisis sanitaria que va a devenir en otra económica sin precedentes en el mundo, vienen a constatar que frente a la necesidad de afrontar una situación excepcional de manera coordinada y encender las luces largas para ver mejor el horizonte, se actúa desde el unilateralismo y ausencia de visión general.

La decisión del Gobierno Sánchez de "hibernar" toda la actividad económica, salvo los sectores esenciales, sin consultar con nadie y que luego, tras dos días de incertidumbre y desconcierto, fue rectificada tras las protestas del Gobierno Vasco sobre su inconveniencia porque iba a lastrar de manera letal la recuperación económica, ponen de relieve el gran desconocimiento que en Madrid tienen no solo sobre la realidad de las regiones, sino de la falta de visión del peso que la industria tiene en determinadas comunidades autónomas.

Ese resurgir del viejo jacobismo socialista, al que se ha enganchado también Podemos, se ha mostrado en toda su plenitud con la decisión de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de quedarse, vía decreto-ley, con los fondos de las políticas activas de empleo de las comunidades autónomas para destinarlo a pagar las prestaciones de desempleo. En el caso vasco, no solo pasa por alto una competencia que es propia de la CAV, sino que rompe un procedimiento de carácter bilateral como es el de la Comisión Mixta del Concierto Económico, donde se discuten las aportaciones que el Gobierno Vasco hace vía Cupo a los gastos del Estado. Curiosamente, en el Presupuesto del Gobierno Vasco existe una partida de 400 millones de euros con este fin que está prácticamente dispuesta con lo que la CAV tendrá que detraer otros recursos para solventar esta contingencia.

Esa ausencia de luces largas también se percibe en casa cuando, frente a la decidida y enérgica actuación del Gobierno Vasco y de la patronal por defender que la industria pueda funcionar al ralentí para no perder impulso en la recuperación, se observa un elocuente silencio y una falta de empatía en relación a un sector como el de la hostelería y comercio, que fueron los primeros en echar la persiana y que por su dimensión, en gran parte formado por pequeñas empresas y autónomos, van a sufrir de manera muy importante las consecuencias económicas del COVID-19. Vuelve a ser el "patito feo" de la economía de este país.

Frente a la consejera de Desarrollo Económico e Infraestructuras, Arantxa Tapia, que ha puesto en marcha una gran batería de ayudas no solo para la industria, incluso, para el sector agrario y ganadero (0,9% del PIB vasco) con una dotación de 6 millones de euros para dar cobertura a los excedentes alimentarios provocados, precisamente, por la ausencia de actividad en las empresas de alojamiento y restauración, su homóloga Sonia Pérez Ezquerra, responsable del departamento de Turismo y Comercio, parece que está desaparecida, cuando el sector de la hostelería y el comercio ya prevé no solo el cierre de establecimientos, sino la reconversión de sus negocios a la pérdida de clientes por la caída del turismo y a los nuevos hábitos sociales que van a producirse.

Hay que tener en cuenta que el turismo en Gipuzkoa, que se fundamenta en el sector de los alojamientos y restauración, supone el 7,7% del PIB del territorio, y solo la hostelería tiene a día de hoy 23.596 afiliados a la Seguridad Social, después de una pérdida de empleo del 0,4%, en marzo como consecuencia de la inactividad provocada por el estado de alarma.

En la CAV, los afiliados a la Seguridad Social en hostelería alcanzan las 65.932 personas.

La preocupación en el sector de hostelería y comercio es importante porque el escenario para 2021, en una situación de total normalidad, plantea a nivel estatal una reducción de facturación del 12% en viajes y hoteles, y un 5% en restauración, respecto a la situación anterior a la crisis sanitaria. Por lo que respecta al comercio, la caída será del 10%.

En Gipuzkoa, hay ya empresarios que prevén una caída de la facturación a final de este ejercicio del 50%, provocada, no solo por la falta de actividad desde mediados de marzo, sino también, en primer lugar, por un descenso del turismo internacional -donde el territorio estaba bien posicionado-, que tiene su origen en el miedo a viajar, máxime cuando el Estado español es el segundo país del mundo más afectado por la epidemia, así como por una drástica reducción del poder adquisitivo de los ciudadanos -ya que de esta crisis todos saldremos un 25% más pobres-. Por último, el cambio de hábitos sociales va a provocar acotar el aforo de los establecimientos para evitar la cercanía entre los consumidores, reduciendo su rentabilidad. Costumbres como el pintxo-pote y comer compartiendo con otros comensales mesas alargadas no volverán hasta pasado algún tiempo.

Ante este panorama, las ayudas públicas son esenciales para no dejar hundir a las empresas y de esta forma mantener los puestos de trabajo y, una vez asegurada la actividad, provocar un aumento de la demanda y retomar la senda del crecimiento. El sector público, formado en Euskadi por el Gobierno Vasco y las diputaciones, está razonablemente saneado como para poder comprometerse a aumentar su apalancamiento financiero y ayudar, mediante la puesta en marcha de líneas de crédito a coste cero, a los sectores más débiles, como el de la hostelería y el comercio, para poder garantizar su continuidad, desde el convencimiento de que ese esfuerzo será recuperado posteriormente, vía impuestos a través de las empresas y los trabajadores. No parece razonable que los esfuerzos públicos para salir de la crisis se focalicen en sectores determinados y se deje a su suerte a otros con un peso importante en nuestro PIB.

Si en la Gran Recesión de 2008 fue posible hacer ese esfuerzo financiero por parte de las instituciones públicas para ayudas a las empresas y levantar la economía con los resultados conocidos, ahora con un mayor motivo porque este Covid 19 ha venido como tsunami destruyendo todo a su paso y sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo. Por eso ha llegado la hora de Keynes.